Lo femenino en psicoanálisis. Un aporte que intenta leer los fenómenos segregativos en la época actual

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A partir de la temática que tituló al último Congreso de Psicología, “La Psicología frente al desafío del compromiso democrático y la transformación social”, los autores consideramos abordar una cuestión que en la actualidad genera controversias aún en el seno del psicoanálisis de la orientación Freudiano- Lacaniana. Orientados en esta dirección, decidimos tomar uno de los interrogantes Freudianos que atraviesan toda su obra y que, aún hoy, generan diversas posiciones y lecturas: la incidencia de lo femenino en la época actual y su relación con los fenómenos segregativos.

Introducción

Nuestro trabajo se inscribe en el marco de las asignaturas “Diagnóstico y abordaje de las crisis infanto - juveniles” -Licenciatura en Psicología- y “Psicología del Ciclo Vital II” -Licenciatura en Musicoterapia- de la Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires, Cátedras Prof. Titular Lic. María Eugenia Saavedra, Prof. Adjunto Regular Lic. Ramón Ojeda.

A partir de la temática que tituló el último Congreso de Psicología, “La Psicología frente al desafío del compromiso democrático y la transformación social”, los autores consideramos abordar una cuestión que en la actualidad produce controversias aún en el seno del psicoanálisis de la orientación Freudiana Lacaniana, las que se generan por diversas posiciones y lecturas. Esto es en función de ubicar una articulación posible entre la incidencia de lo femenino en la época actual y su relación con los fenómenos segregativos. Freud encontró obstáculos a la hora de efectuar conceptualizaciones en torno a la sexualidad femenina pero no abdicó en la interrogación que sostuvo lo largo de toda su obra. A propósito de ello y en su lectura de los textos del mencionado autor, Lacan subrayó enfáticamente que esto pone en juego el horror de cada quién ante lo imposible de cernir en términos de la lógica fálica. Ambos autores coinciden en que se trata de una problemática que, tanto para el hombre como para una mujer, está vinculada con la posición asumida frente a la castración.

Por otro lado, consideramos tomar el aspecto de lo epocal también con la orientación del discurso psicoanalítico.

Actualmente estamos atravesados por un tiempo caracterizado por la Evaporación del Padre. Esto tiene como consecuencia que se han desdibujado las referencias otorgadas a partir de su incidencia. De allí que asistimos a un momento signado por la proliferación de diversos fenómenos caracterizados por el resquebrajamiento de los lazos sociales mientras impera la violencia pues la palabra va perdiendo su valor y su alcance.

Entonces, en este escrito, interrogamos la incidencia de lo femenino y su relación con la segregación en la época actual sirviéndonos del discurso psicoanalítico y la ética inherente.

Un interrogante que insiste

Tomamos en primer lugar, aquellas cuestiones que se articulan con la sexualidad femenina. Aquí tan solo referenciaremos brevemente aspectos sustanciales que nos permitirán abordar nuestro tema de interés. Diremos sucintamente que el Padre del Psicoanálisis le da un lugar protagónico al Complejo de Castración para ambos sexos. Subraya que se sepulta el Edipo con una orientación, como varón o como niña. Cabe destacar también que Freud construye una teoría de lo femenino escuchando en su clínica a la histeria, ubicando así los avatares implicados en relación con el amor hacia el padre. Él destacó en varios artículos la disimetría del niño con respecto a la niña que implicarían dos tareas adicionales para ella: la trasmudación de la zona erógena del clítoris a la vagina y un viraje respecto a la elección del objeto del amor. De esta manera, atravesar el Complejo de Edipo en articulación con el Complejo de Castración pone coto a este primer tramo de ligazón intensa de la niña con la madre preedípica (fálica, no castrada). Esto se mantiene en la latencia a diferencia de lo que ocurre con el varoncito.

Por otro lado, hay otros artículos Freudianos que nos permiten realizar otras lecturas de la sexualidad femenina que nos permite presentar una relación con lo segregativo. El primero que tomaremos para esta tarea es El tabú de la virginidad (1917) donde Freud logró situar precisamente cuestiones vinculadas al horror a lo femenino, referenciándose en una costumbre de algunos pueblos antiguos. Ésta consistía en hacer desflorar a las jóvenes mujeres fuera del matrimonio antes del primer coito conyugal, subrayando que dicha acción era ejecutada por diversos personajes de las tribus. Freud explicó que la intención de ello era ahorrar al futuro marido de la joven la hostilidad producida como respuesta luego de ejecutarse el desfloramiento. Desde esta perspectiva, para Freud no se trataba del tabú de la virginidad sino más bien del tabú que surgió como respuesta frente a ese horror.

Este texto se constituye en un antecedente crucial en la teoría puesto que en Análisis terminable e interminable (1937), dos años antes de morir, Freud pensó en un tratamiento psicoanalítico interminable, tanto para los pacientes hombres como para las mujeres, en cuanto a que “dan guerra al psicoanalista en medida desacostumbrada” (p.251). Dejó planteado así que hay dos temas que se presentan con especial preponderancia en los recorridos de un psicoanálisis. No obstante, pesquisó el rasgo diferencial para los hombres con respecto a lo que se plantea en las mujeres. En el varón, Freud ubicó “la revuelta contra su actitud pasiva o femenina hacia otro hombre” o “desautorización de la feminidad”. Por otro lado, manifestó que en las mujeres aquello que insiste se vincula a la envidia fálica. Así dejó planteada la existencia de un elemento en común, tanto para hombres como para mujeres, que se articula con el repudio hacia la feminidad. Algunos años antes en Psicología de las Masas y Análisis del Yo (1921), Freud había trabajado otra condición de lo femenino donde también situaba un común denominador para los hombres y las mujeres: el fundamento homosexual de la masa, puesto que la masa no admite diferenciación alguna. Él investigó que, en las grandes masas artificiales, la iglesia y el ejército, no hay lugar para una mujer. Al no admitirse diferenciación alguna, la relación entre hombre y mujer queda excluida de estas organizaciones. A su vez, Freud situó los dos elementos que no hacen masa: el síntoma y el amor por una mujer.

Estas son sólo algunas de las coordenadas de lectura que emergen a partir de la clínica Freudiana, que fue delineando en varios de sus artículos sobre la sexualidad femenina y en varios historiales clínicos.

En los últimos tres textos mencionados anteriormente es posible relevar elementos que se vinculan con la desautorización a lo femenino. A partir de esto, en las intelecciones de Freud, lo femenino quedó articulado como una categoría que resiste e insiste para ser aprehendida, la misma va más allá del Padre, pero no prescinde de él.

La propuesta de Lacan

Lacan reconsideró al Complejo de Edipo más allá de su valor mítico. Para ello, ubicó una lógica fálica que explica la regulación del goce. En esta lógica, una mujer se inscribe como “no-toda” y, a su vez, queda un goce no-todo que no queda circunscripto por lo edípico. La lectura Lacaniana en torno a la incidencia del lenguaje es nodal para las conceptualizaciones atinentes al sujeto y a la sexualidad.

Tanto en el Seminario 5 (1957-1958) como en el escrito titulado La significación del falo (1958), Lacan planteó que las mujeres rechazan con la mascarada sus atributos femeninos en pos de situarse con relación al falo como siéndolo. A esa altura de su enseñanza, Lacan leyó el Edipo estructuralmente, lo cual conllevó a concebir al falo en términos significantes. La inscripción de la falta se plantea en términos de tener-no tener. Este conflicto de ambivalencia sostiene el drama entre dos cuestiones centrales. En primer lugar, entre aquello que implica sostenerse en el ser, es decir, aquello que atañe a lo amado que en términos Freudianos sería ser el falo de la madre y, al completarla, obtura la admisión de su castración. En segundo lugar, la posibilidad de posicionarse como aquel o aquella que porte aquel rasgo o atributo que lo torne amable para ese Otro. Dicho rasgo o cualidad pertenece al registro simbólico. Esta es una posible vía de lectura que nos permite no homologar lo femenino a la portación de un determinado sexo y/o género.

Ahora bien, en cuanto a la elección masculina, la dificultad reside en situar asuntos vinculados al amor y al deseo en un mismo objeto. Se trata de un rechazo de lo femenino como respuesta a la pérdida de aquel amor incestuoso.

En el caso de las mujeres, la dificultad que subyace allí se relaciona con la falta de un significante que permita nombrar a su ser de mujer y, en consecuencia, dificulta también el tratamiento de las vicisitudes singulares de cada quién para responder frente a la castración.

De este modo es posible situar el carácter de indecible que se le confiere a lo femenino y que Freud puso en relación con la sexualidad femenina: una imposibilidad a ser nombrada. Recordamos que muy tempranamente, en La significación del falo, Lacan estableció una correlación entre la identificación y el significante. Entonces la vertiente fálica se pone en juego con la mascarada y se contrapone a lo femenino:

Es para ser el falo, es decir, el significante del deseo del Otro, para lo que la mujer va a rechazar una parte esencial de la feminidad, concretamente, todos sus atributos, en la mascarada. Es por lo que no es por lo que pretende ser deseada al mismo tiempo que amada (p.661).

En el Seminario 20 (1973-1974), en El atolondradicho (1972) y en Televisión (1973), podemos leer las fórmulas de la sexuación que Lacan introdujo como herramienta conceptual para abordar lo femenino. Puso a trabajar la universalidad de la función fálica, lo que implicaría que todos los seres hablantes puedan ser ubicados en relación a dicha función. Con esta lógica Lacan posibilitó la lectura de lo que Freud había situado refiriendo a que será niña, aquel o aquella que considera que no tiene el falo, a diferencia de la posición del niño, en donde se considerará como varón aquel o aquella que no lo perdió. Con dichas fórmulas, Lacan elaboró lo que atañe al lado hombre y al lado mujer. En estos textos Lacan propuso una posición sexuada signada por las identificaciones y determinada por una singular elección de goce. Esta elección acarrea consecuencias en el cuerpo del parlêtre. La función fálica entonces, es para Lacan la relación del parlêtre con el goce que lo enlaza al lenguaje. El goce fálico articula cuerpo y habla. La incidencia de la metáfora paterna posibilita el enlace del deseo y el placer sexual con el juego de los significantes, afectando a todo ser hablante, tanto hombres como mujeres.

Para el sujeto hay un vacío de identidad con respecto al sexo. Se torna insoslayable ubicar la relación a lo epocal considerando las identificaciones como soporte en algún rasgo significante que se tome del Otro, así como del Otro social y los goces concomitantes.

Lacan estableció una diferenciación entre lo femenino y el goce femenino que no está regulado por el falo. El Otro goce es siempre extranjero, tanto para los hombres como para las mujeres, puesto que el goce femenino y goce fálico no se complementan. Hay una inadecuación entre el “lado hombre” y el “lado mujer” que Lacan expresó diciendo que no hay relación sexual.

Lo femenino y la época actual: ¿Por qué la tendencia a lo segregativo?

Lo femenino se presenta siempre como inédito, como inaprensible por la cadena significante. Esto pone en juego el horror de cada quién, ante lo imposible de cernir, en términos de la lógica fálica, ya que hay una dificultad intrínseca a la posibilidad de establecer una definición sobre lo femenino. Precisamente porque la significación es fálica y lo femenino, como categoría, hace fracasar una lógica universal armada como un conjunto cerrado. A partir de las fórmulas Lacanianas de la sexuación y con la expresión de que LA mujer no existe, se articuló la imposibilidad de conformar el conjunto que incluya a todos los individuos agrupados a partir de La mujer como universal. Considerando a cada mujer como una por una, se preserva la apertura del conjunto pues no se cierra, a diferencia de lo que sí posibilita la significación fálica.

Lo femenino queda articulado a aquello que resiste porque objeta lo universal. Presenta aquello con lo que cada uno se las debe ver, aquello que es insoslayable y atraviesa la vida de cada quién.

El binomio masculino-femenino propuesto por Freud no es privativo de ningún sexo. Él situó en 1905 que hay una disposición a la bisexualidad desde la infancia en cada persona. Es en el encuentro y la confrontación con lo femenino, ante la incidencia de la castración, que se asume la posición sexuada en ambos sexos. En textos tales como El porvenir de una ilusión (1927) y en El malestar en la cultura (1930), Freud pesquisó cómo el ser humano tiende a admirar a aquel que ostente o posea la riqueza, el éxito o el poder, en tanto que éstos funcionan como falsos raseros que disfrazan aquellos verdaderos valores de la vida. Asistimos a una época en la cual la autoridad del padre está devaluada. En estos tiempos, lo que comanda es el objeto, lo que impera es la obtención del goce a cualquier precio, el empuje al consumo y el rechazo profundo a toda diferencia. Con Freud sabemos que la cultura, mediante la intervención de las instituciones, permite regular las relaciones entre las personas y ordenar la distribución de los bienes con los que se intenta alcanzar la satisfacción de cada quien. Lacan (1958) aludió que “lo que puede producirse en una relación interhumana es o la violencia o la palabra” (p.468).

En esta misma línea y en relación con los planteos realizados hasta aquí, Miller (2003) afirmó que, sin la función del Nombre del Padre, sólo hay caos. Un caos producido por no estar regulado por la ley, es decir, un caos en lo simbólico.

La consecuencia que trae lo afirmado por Miller es que no existe propiamente cuerpo siendo que solamente hay organismo, materia, carne o imagen. Para ejemplificar, es posible observar el predominio de la violencia en varias escenas de la vida cotidiana que adquieren difusión mediática. No obstante, queda claro que la intervención de las normas, en tanto expresión simbólica de la terceridad entre los semejantes, posibilita una regulación de lo agresivo y obstaculiza a la arbitrariedad individual del más fuerte.

El discurso psicoanalítico posibilita una conciliación de la satisfacción de cada quién con los preceptos que establece la cultura acorde a la civilización. Queda claro entonces que, de ningún modo, el planteo Freudiano acerca de lo inconsciente propicie el individualismo, ni tiende a quitar la responsabilidad de las personas en lo que concierne a sus modos de gozar. La responsabilidad subjetiva por el goce es inherente a la orientación de nuestro discurso.

A su vez, es destacable que un psicoanálisis ha de propiciar el lazo social, lo cual resulta subversivo en la época actual porque es lo que precisamente se rechaza en tiempos de Evaporación del Padre.

Bassols (2019), quien es un psicoanalista interesado en estas temáticas, ha abordado la cuestión de la violencia generalizada en la época, y plantea al respecto:

La violencia como forma coercitiva de ejercicio de un poder será siempre un signo de la impotencia para sostener una palabra verdadera. En el caso de la violencia ejercida contra las mujeres -ya sea por los hombres, por las instituciones, por los Estados o por otras mujeres-, esta impotencia es correlativa con la imposibilidad de escuchar la palabra del sujeto femenino, pero también de escuchar lo femenino que hay en cada sujeto (p.147).

En el Seminario 21, Lacan habló de la forclusión del Nombre del Padre en la cultura, tratando así al Deseo de la Madre sin barrar. La implicancia de esta forclusión es la de un retorno de lo que fue forcluido bajo la forma de nuevos efectos segregativos. Ello lleva a lo infinito de lo igual, rechazando determinados desarrollos teóricos que abordan lo femenino, lo cual deja entrever una dificultad para soportar aquello que no se deja ceñir y que se presenta como enigmático.

Se trata de la responsabilidad subjetiva de cada quien, para incluirse en la cultura por el amor a la misma, en concordancia con sus preceptos, y a fin de propiciar la renuncia pulsional en favor de otros modos sustitutivos y sublimatorios de obtener satisfacciones acordes al principio de realidad.

Palabras finales: Una causa posible, un interrogante que insiste

Lacan ubicó un “más allá del mito de Edipo” en la matematización del padre como un operador de estructura a partir de los desarrollos Freudianos. Con relación a la incidencia de la época, esta se halla condicionada tanto por los desarrollos de la ciencia y de la técnica como por la globalización del capitalismo que les siguió. Lo que el hombre ha podido conseguir con la ciencia y con la técnica es un intento de ejercer dominio sobre la naturaleza, pero también desde otra perspectiva “resulta un intento de alejarse cada vez más del estado de indefensión inicial que cada individuo que nace tiene que atravesar a lo largo de su vida” (Saavedra & Ojeda, 2007, 18).

Con la evaporación del Padre se facilita que el sujeto quede desorientado con respecto a su deseo y perdido en el goce que hace falta que no, desalojado del amor y por lo tanto sin cuerpo, según Lacan.

Cada parlêtre se ubica respecto de la sexuación, y ello conlleva diferencias en la relación al Otro y en la manera de vincularse con los semblantes. Para ello es menester mantener la interrogación orientada por el real del cuerpo que se goza y lo que es posible de subjetivar en cada quien.

Con la interdicción que proviene de lo normativo se busca introducir un modo de aplacar los efectos de la segregación de ciertos fenómenos actuales. Las intervenciones institucionales procuran interponer una regulación de los goces que es condición necesaria para la convivencia con otros de acuerdo con la civilización. Es la base para que cada uno, en su tránsito singular de un tratamiento psicoanalítico, genere la posibilidad de acceder a un “más allá del padre”, es decir, sin prescindir de él. “Lo femenino” es una categoría posible de ubicar como un elemento que toma distintas formas en cada época y que resiste al universal del “todo definible”. “Lo femenino” puede ser definido entonces como lo que opera en contraposición al universal homogeneizante tanto del discurso del amo y de la ciencia como de toda perspectiva totalitaria.

En un fragmento del Seminario 11, Lacan planteó que un tema a investigar “hace síntoma en el investigador, al modo de un fenómeno elemental, algo que toque al cuerpo y lo conmueva”. Hoy se resignifica la pregunta acerca de las implicancias del psicoanálisis en, por ejemplo, los escenarios institucionales donde la irrupción de lo pulsional excede a las regulaciones necesarias. Esta pregunta es la que ha funcionado y nos ha permitido hacer discurso que nos oriente para efectuar posibles intervenciones en cada caso, tanto en intensión como en extensión.

 

Bibliografía

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