Lógica interdisciplinaria y aplicaciones del psicoanálisis

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Por Alicia Donghi

La experiencia de la puesta en marcha de un dispositivo de tratamiento en un centro de problemáticas de consumo, donde el analista no busca dar órdenes de “amo rehabilitador”, sino ofrecer un marco que ordene.  

Las adicciones, sean a una sustancia o a una actividad determinada (por ejemplo al juego) son el último estadio de un proceso que generalmente empieza de manera gradual, por diversas y múltiples causas: diversión, curiosidad, deseos de experimentar, congraciarse con el medio social (la llamada “mala junta”) y escapar a conflictos familiares, etc. Si bien su comienzo casi siempre es ocasional y recreativo, se puede pasar rápidamente a un uso más frecuente por angustia, depresión o por omnipotencia. En la creencia de un control sujeto a la voluntad, se puede llegar al abuso y finalmente desarrollar una conducta compulsiva que termina dominando por completo al sujeto.

Hay en la sociedad mucha confusión sobre lo que es una adicción. Se la suele asociar a la ingesta de las llamadas “drogas duras” o ilegales (cocaína, marihuana, éxtasis, paco, etc.) y no se tienen tan en cuenta las de uso legal (alcohol, tabaco) ni la autoprescripción de fármacos de todo tipo. También existen las adicciones “sin drogas”: prácticas como los juegos de azar, los videojuegos, los juegos de roles en red, “estar conectado” a Internet o a teléfonos celulares, redes sociales -muchas veces consideradas inocuas-; y prácticas beneficiosas, como el deporte o la actividad laboral y social, que terminan siendo perjudiciales para quienes se habitúan enfermizamente a ellas.

El desborde de estos consumos y prácticas constituye un síntoma social que parece superar las capacidades de comprensión y acción de las diversas disciplinas destinadas a sus cuidados. Su despliegue ha puesto en cuestión los diferentes saberes instituidos. La perplejidad ante estos hechos ha surgido no solo en los profesionales de la salud, sino también en los responsables de las leyes, la jurisprudencia y la conducción política, donde se hace difícil resolver el problema del sujeto de derecho, respecto de la responsabilidad y las decisiones a tomar en cada uno de estos campos. Como todo síntoma, tiene también la dimensión singular de lo que tiende a mantenerse mudo, excediendo el plano de las representaciones. Pero tampoco estamos ante una estructura clínica particular, o en presencia de sustancias específicas que alteran la personalidad, o ante una modalidad delictiva singular.

Más que ningún otro fenómeno, estas problemáticas nos introducen de golpe en las consecuencias que el progreso va dejando, arrastrando un tratamiento del dolor y el sufrimiento que se parece más a una sustancialización de los problemas que a la búsqueda de su causa. Las adicciones se vienen considerando enfermedades crónicas y progresivas, confundiendo consumo con adicción. El “enfermo” no se curará, en todo caso podrá abstenerse pero su ser “adicto” será el rótulo que el Otro social utilizará para nombrarlo, borrando toda asunción de responsabilidad y apropiación de saber sobre su padecimiento y de lo que en él lo causa como sujeto. Es decir, no es lo mismo experimentar que abusar en duelo (“quitapenas”), que hacer del consumo el derrotero de una vida más allá de todo anclaje subjetivo. Cortarse, tatuarse, drogarse, extasiarse en la ingesta de alimentos (o privarse de los mismos hasta hacer palpables los signos de la inanición), permanecer horas jugando en casinos o en la web, “hiperconectarse” a las redes sociales, a los celulares o a la TV,  son formas fallidas de intentar hacer escritura, allí donde la fascinación por los gadgets hizo al capitalismo distraerse y olvidar lo más importante, lo que ordena todo, la causa y no cualquiera, la pérdida. Y por eso estamos sin pérdida, pero perdidos, extraviados. El universo virtual prima en un presente expandido, como si fuera posible un sujeto sin marcas y sin historia: lo que ayer era signo, puede hoy ya no serlo y sin aviso previo, caducando sin apenas dejar huella.

Caso clínico

Una familia se presenta en un Centro de Día en Patologías del Consumo a consultar por un hombre de 30 años, está preocupada por sus incidentes delictivos: venta de las tarjetas de crédito familiares, entrega del 08 del auto, hurtos dentro del domicilio, todo para conseguir la droga que consume y trafica. Sus familiares también subrayan el consumo en horas laborales y un aumento del uso de “esas porquerías que toma”. Con esta vaguedad es definido el “resto” circulante que se enmarca en un policonsumo (marihuana, cocaína, éxtasis y paco). Él trabaja en un puesto conseguido por su padre, abandonó hace unos años sus estudios terciarios y un deporte automovilístico en el que se destacaba participando en torneos. Los padres refieren fracasos en otros tratamientos desde los 18 años y hablan de un “último intento”.

En la primera consulta parte de la familia presenta “X”, que se había convertido en una suerte de estrago familiar; lo persiguen y exponen la situación de consumo de su hijo frente a otros como un “espécimen”: a hermanos, jefes y compañeros de trabajo. Se encausa de a poco un espacio familiar, descentrando a “X” del lugar de depositario de la enfermedad y del goce que circula, con el objetivo de implicar a la familia desde otro lugar que la queja. Los miembros de esta familia no pueden registrar los consumos que ellos mismos presentan: madre, tranquilizantes con alcohol; padre, trabajo excesivo para ausentarse de la casa y “gozar” de las escenas que el hijo presenta en su espacio laboral; y hermana menor con procesos de bulimia-anorexia.

Luego de estas intervenciones, “X” llama para solicitar un turno para él. Allí se lo escucha preocupado por los líos que arma”, del “susto” al experimentar frente a otros en fiestas sexuales, besarse y tocarse con un travesti, pero no por el aumento de su consumo de cocaína y alcohol. Sobre su encuentro con mujeres, dice no tener problemas aunque siempre tiene sexo bajo efectos del consumo. El paciente se refugia en la vaguedad de estos imaginarios colectivos, posponiendo la pregunta por su propia responsabilidad, se queja, al igual que su familia.

Se establecen intervenciones familiares, evaluación psiquiátrica y posibilidad de inclusión de acompañantes terapéuticos. La familia se resiste a nuevos abordajes pero acompaña la implementación de nuevos recursos, algo se ha acotado y hay un reconocimiento velado de cierta eficacia.

Luego de varios meses de entrevistas preliminares, entra en análisis cuando la angustia, de cuya causa hasta ese momento “X” no quería saber nada, comienza a formar parte de una queja que lo divide. Se mantiene en análisis, aunque no sin dificultades debido a la fácil tendencia al acting out y al consumo, con variaciones de riesgo a lo largo de un año. De vez en cuando se escapa también del análisis, situación esperable cuando nos enfrentamos con sujetos muy atados al policonsumo. Se plantea: “no puedo seguir así, esto es una cuestión de vida o muerte, de seguir así termino en una acequia”. Así enuncia su vivencia de una situación límite, se angustia cada vez más, observándose en una posición subjetiva dependiente y con pocas posibilidades de corte endogámico.

Como un intento de ponerse freno, “X” decide internarse, ahora desde otra posición, no como demanda del Otro (familia y trabajo) sino como respuesta posible, según sus palabras, a su “impotencia frente a la vida”, a suno poder parar”. Para “desintoxicarse”, se interna en una clínica psiquiátrica que buscó bajo la anuencia del equipo interdisciplinario del centro. Durante esta internación breve, el equipo está en contacto con el paciente, la familia y la institución. Allí “X” conoce a una mujer, dice enamorarse y, tal como hace en otras circunstancias de su vida, “compulsivamente” se casa. Sustitución esperada. Fracaso anunciado. Al poco tiempo de casado comienza a tener problemas de erección. Para su sorpresa, su mujer no se lo reprocha. Evita las relaciones sexuales, aumenta considerablemente el consumo y comienza a "escaparse" a los burdeles y pagar para tener sexo. Relata situaciones de placer extremo con consumo de cocaína, situaciones que lentamente comienzan a angustiarlo. Al implicarse en sus decires se va separando de su familia y de esta mujer. Se espacian las recaídas; ya vive sin consumo de sustancias pero ’consume’’ actividades múltiples como productor de espectáculos. Pasa de montar escenas a la familia y en el trabajo, al montaje de eventos como actividad sublimatoria, tal vez. Otro lugar para su goce y en otro registro, más del lado de una identificación al padre en su compulsión al trabajo, que a la madre que permanece en la ingesta de alcohol y psicofármacos.

“X” intenta iniciar una relación distinta con una mujer que él eligió, “sin la porquería de por medio’’, dice. Reinicia sus estudios terciarios y quiere encontrarle un lugar a su pasión automovilística de otrora, bajo una forma más amateur. Juega a arriesgarse, ya no con la droga, sino enfrentando los temores frente a su vida amorosa y en el desafío de la vida cotidiana. Sigue probando objetos, pero esta vez socialmente aceptados.

En este caso, queremos distinguir el equilibrio inestable que establece el sujeto con su objeto de consumo y señalar el uso singular que ese objeto-droga va tomando dentro de la economía psíquica de este sujeto en particular, sabiendo que en todos los casos y en los diversos momentos de la configuración del dispositivo toma distintas funciones. 


La intervención interdisciplinaria favorece este alojamiento pausado de lo que hay de subjetivo en un paciente, aunque nada parezca indicarlo en un comienzo (el paciente solicita ser escuchado luego de un tiempo de entrevistas familiares); se trata de alojarlo, antes que pueda “tomar la palabra,” en un dispositivo donde la palabra se privilegia y circunscribe también en lazos preexistentes como la familia o el entorno inmediato. Aquello siniestro -extraño pero a la vez familiar- que en esta familia hace síntoma y se precipita, con este mayor soporte transferencial ofertado, permite que lo masivo, fragmentado y escindido, tenga diferentes depositarios. En este sentido, la constitución de un equipo interdisciplinario facilita el sostén del trabajo clínico del uno por uno y el hospedaje de la ajenidad y extrañeza que la “locura” implica, ofreciendo de esta manera, un lugar posible para el desplazamiento del objeto de consumo a otras conexiones libidinales ‘’por venir’’, entre ellas la transferencia con el analista.

El analista como dealer, provee nada en el lugar del todo pero en su ecuación no-todo. Es mucho más que prestarse a los fenómenos transferenciales, según aconseja Freud. Por eso, no es sin otros que acompañen este proceso del sujeto de “ser hablado” por la familia en el lugar de objeto, a “tomar la palabra” en una instancia analítica. Esto es necesario para que el analista, o el que detenta esos fenómenos transferenciales en los inicios (a veces recaen sobre el psiquiatra, el clínico, el operador grupal, etc.), pueda operar y que otros recursos terapéuticos encarnen para cada uno y uno por uno lo que está en crisis. El tratamiento familiar, la medicación, la inclusión de acompañantes terapéuticos, talleres o, como en este caso, las internaciones breves en medio de un plan de tratamiento.

Se trata de ofrecer un marco que ordene, más que dar órdenes desde el discurso de Amo “rehabilitador”. El analista proveerá el marco, pero otros lo llevarán a cabo, y el dispositivo suplementará, se hará cargo, sobre todo de los cuidados, allí donde el riesgo impera. O sea, hablamos de alejar la idea de rehabilitación de la estandarización homogeneizante y acercarla a la ética del uno por uno. Dispositivos que “suplementen” del lado del no-todo, y no del complemento, la multiplicación y el todo al que aspira el discurso capitalista. Preservar la función “deseo del analista” manteniendo vacío el lugar de la causa, mientras otros se ocupen del cuerpo-organismo, de sus riesgos, de los vínculos estragantes familiares, etc. Dispositivos en red -por lo “agujereada”,“inconsistente” y “fluida” que es una red- pero más irrompibles que cualquier encuadre rígido, sólido y estándar. Del “Donde ello era, yo debo devenir” al “Donde ello es, el sujeto, podrá advenir”, pero no sin el intervalo de tiempo de comprender lo que el psicoanálisis hoy se encarga de reintroducir, allí donde otros discursos lo dejan de lado.

 

Donghi-grisesAlicia Donghi. Licenciada en Psicología, Profesora Regular Asociada de Clínica Psicológica y Psicoterapias: Clínica de Adultos y de la materia Clínica de las Anorexias y las Bulimias. Directora del Programa de Actualización Interdisciplinaria en Clínica de las Adicciones y  Otras Problemáticas Asociadas (Facultad de Psicología de la UBA), Directora de AABRA (Centro de Día en Patologías del Consumo), Supervisora del Hospital Borda y del Programa interdisciplinario de trastornos alimentarios y adicciones de los hospitales de la Zona Oeste del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Ha publicado diversos libros sobre esta temática, tales como “Innovaciones de la practica - Dispositivos clínicos en el tratamiento de las Adicciones” , “Adicciones, una clínica de la cultura y su malestar”, "Cuerpo y subjetividad. Variantes e invariantes clínicas" y "Variantes de la clínica ambulatoria".

  

 

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