Discapacidad mental y debilidad mental. Entrecruzamientos desde el psicoanálisis

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Introducción

Este trabajo se enmarca en el proyecto de tesis doctoral “Institucionalización de la discapacidad intelectual. Análisis de las políticas públicas y de los procesos de subjetivación, autonomía e integración social”, radicado en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y financiado mediante beca por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).

Considerando que la participación del psicólogo es obligatoria en las estrategias terapéuticas propuestas por la legislación actual –centro de día, centro educativo terapéutico, etc., este recorrido propone un posicionamiento desde una praxis psicoanalítica. Si “no siempre es posible sostener el dispositivo clásico ‘asociación libre-atención flotante’” (Álvarez, 2006, 13), se tendrá que recurrir a alguna modalidad diferente, pero sostenida en los principios que el psicoanálisis postula. En este sentido, “la formalización del lazo social establecida por Lacan en su teoría de los discursos constituye una herramienta fundamental y da el marco necesario para sostener la práctica del analista en distintos escenarios y entre otros discursos” (Álvarez, 2006, 14).

 

 Lógica de los establecimientos: Discurso del universitario

El discurso es entendido como “la formalización lógico algebraica del lazo social (…), y pretende dar cuenta de ciertos modos fundamentales, de la relación entre los seres hablantes, no por la vía del significado, no por la vía del sentido, sino por la relación interna entre los términos” (Álvarez, 2006, 24). Se requiere, por lo tanto, para pensar la formalización de distintos modos de lazo social, de una estructura en donde haya letras, lugares, términos y una operatoria específica que los articula.

Ahora bien, ¿qué orden de estructura podríamos situar el modelo actualmente hegemónico en el ámbito de la discapacidad? Existiría una diferencia radical, entre las personas en situación de discapacidad y las consideradas “normales”. Esta diferencia se materializaría exclusivamente de forma individual bajo la forma de algún impedimento, deficiencia, minusvalía, déficit, o como quiera denominarse, constituyendo en consecuencia una entidad ontológica concreta: la discapacidad. Cualquiera sea la clasificación que adquiera esta diferencia -mental, motriz, visceral o funcional-, se establece como signo evidente de patología en un plano ontológico, la cual generaría desventajas sociales, ya que tales individuos no podrían transitar por la sociedad de la misma manera que cualquier otro que no presente esa característica. “A esto se responde tratando de curar o rehabilitar a las personas discapacitadas. Estos procesos pretenden devolverles a la condición ‘normal’ de ser discapacitados” (Drake, 1998, 163). Se genera así toda una red de compensaciones por parte del Estado –terapéuticas, económicas, laborales, etc.- de manera de intentar igualar las posibilidades, aunque en la realidad, esto no se concrete casi nunca (Fundación Par, 2005). La lógica de este modelo médico de la discapacidad, al constituir un modo de relación entre seres hablantes, puede vincularse con uno de los discursos propuestos por J. Lacan (1984). Se destaca allí la primacía del saber disciplinar, instalándose el Estado, los funcionarios y los profesionales como garantes de los procesos de rehabilitación e integración. Por lo tanto, el saber (S2) ocupar el lugar dominante y, empujado por el imperativo de “saber más” deviene todo-saber (Lacan, 1984): sistema cerrado sobre sí mismo, pero dirigido a un objeto preciso que deberá ocupar un determinado lugar –y no otro- y realizar determinadas actividades -y no otras-. “Es la existencia de ciertos enunciados que se escriben como un saber (S2) los que intentan ponerlo a trabajar [al esclavo] para que coincida con el modelo que se espera de él” (Peusner, 2008:50). La persona categorizada como discapacitada mental debe cumplir con todo tipo de trámites burocráticos: estudios diagnósticos y clínicos, psicodiagnósticos, obtención del certificado de discapacidad, inscripción en algún establecimiento terapéutico, exigencia de asistencia y horarios, inclusión de los talleres correspondientes, etc. Todo un sistema extraordinariamente complejo, conformado exclusivamente por profesionales y técnicos, sin que intervenga en su conformación aquel que será objeto de dicho régimen. No hay explicación, ni justificación, ni diálogo; sólo explicitación del trámite. Esta posición así impuesta, es la que Lacan (1984) definía como la del ilota del régimen, es decir, la de aquél que es tenido en consideración sólo para ajustarse a lo que el sistema espera de él, para luego ser relegado o desaparecido cuando su participación ya no es necesaria. En este sistema, la emergencia de algo del orden de la subjetividad, sólo será a partir de su división: en la producción de síntomas (generalmente vinculados a alguno de los postulados de la burocracia).

La lógica que se viene describiendo se ajusta perfectamente al discurso del universitario, que “tiene por verdad al significante amo (S1), como agente al saber (S2), en el lugar del Otro al objeto, y por producción al sujeto dividido” (Peusner, 2010, 27).

 

S2 a

S1       $

 

El discurso universitario es el trámite burocrático en que éste se basa y “en su disposición fundamental muestra en qué se apoya el discurso de la ciencia”, agrega Lacan (1984, 109). La sujeción de personas a este régimen, legitimado en la cientificidad del saber, se sostiene en los beneficios que se esperan de él, ya que “la más aberrante educación no ha tenido nunca otro motivo más que el bien del sujeto” (Lacan, 1966, 599).

 

Posición de debilidad mental: “no puedo saber”.

¿Qué efectos subjetivos se producirían a partir de un régimen comandado por el discurso universitario, en el que se verá obligatoriamente incluido todo un grupo de personas? El promover una posición subjetiva en la que no se contemple la pregunta por el deseo, y en donde cualquier rastro de singularidad sea leído como falla, puede llevar a la debilidad mental. Lacan (1972) llama debilidad mental al hecho de que un ser, un ser hablante, no esté sólidamente instalado en un discurso. Esto es lo valioso del débil. No hay ninguna otra definición que podamos darle sino la de estar, como se dice, un poco desviado, es decir, que flota entre dos discursos. Para estar sólidamente instalado como sujeto, hace falta sostenerse de uno, o bien saber qué se hace.

 Al respecto, C. Savid afirma que la debilidad mental “es una posición fijada en el tiempo de reconocer fallas en el discurso del Otro; descubrir que los padres no son portadores de la verdad” (2004, 138), basándose en un texto de P. Bruno (1986) en el que llama a esta posición de suspensión entre la alienación y la separación, “no puedo saber”. “Es muy difícil pensar en un discurso que lo represente [al débil mental] como sujeto, ya que su división entre el S1 y el S2 no se produciría (…). En consecuencia, la debilidad queda como una operación que tendería a eliminar la pregunta por ‘¿qué es eso que me decís en lo que me decís?’, nivel que genera siempre un malestar, ya que es el nivel en que se manifiesta el deseo del Otro” (Peusner, 2010, 24). El débil mental se niega a leer entre líneas, lo rechaza totalmente, porque en el entre líneas lo que se lee es el deseo del Otro (Peusner, 2010). Tal como plantea Lacan, no sólo no hay un déficit en la posición de la debilidad mental, sino que conlleva algo valioso: evitar el displacer, aun al costo de reducir al mínimo las posibilidades subjetivas de preguntarse por el deseo del Otro, por no poder instalarse sólidamente en un discurso. Es decir, que la debilidad mental es la posición subjetiva en la cual se produce “ventajosamente”, una significativa dificultad para enfrentarse con el deseo del Otro, y por lo tanto con el saber en tanto red de significantes que funcionan en el lugar del Otro.

La posición subjetiva de debilidad mental no es exclusiva de individuos con discapacidad mental, sino que puede ser producida cuando alguien legitimado por una posición de autoridad, le diga a una persona desde su saber lo que se tiene que hacer, por su propio bien, cada día, todos los días. Desde el lugar del agente, representado en el saber (S2), se emitirá un mensaje que tiende a instalarse como una directiva, bajo la cual el sujeto sólo debería obedecerla cual mandato; no hace falta que se pregunte nada. Para ello, quien emite la directiva, debe funcionar desde el discurso del amo:

 

S1 -    S2

$           a

 

En este discurso, un elemento se ubica como significante amo (S1) que pone a funcionar un saber (S2), produciendo en consecuencia un objeto (a) y ninguna otra cosa. “Cualquier tipo de prerrogativa que le llegue [al esclavo] desde el lugar dominante bajo la forma de un saber, siguiendo la lógica del discurso universitario, los transformará en objeto (que en el grafo se lee con la flecha entre S2 y a)” (Peusner, 2010, 30). Esto nos habilita a plantear una doble hipótesis: el discurso universitario como régimen fundamental del ámbito de la discapacidad mental, produce debilidad mental en los individuos allí incluidos, y requiere para su reproducción, que los profesionales intervengan desde una modalidad correspondiente a la lógica del discurso del amo. Existiría entonces una modalidad institucional irreductible a cualquier establecimiento particular, sustentada micropolíticamente por una lógica particular por parte de los profesionales, que estaría promoviendo un sistema que requiere ilotas para funcionar. El amo, desde el principio, hace lo que hace para que la cosa funcione. De todos modos, el amo también tiene un deseo, pero no se dará cuenta de ello mientras disponga de un esclavo que funcione de manera solidaria para que aquel no lo conozca. Por lo tanto, lo que en esta lógica queda velado –cosa que muchos profesionales pretender sostener ilusoriamente-, es que el amo también está castrado (Lacan, 1984).

 

Posición del psicoanálisis: Discurso del analista

Lo sorprendente sería que algo del orden de la subjetividad pueda emerger en una persona en situación de discapacidad incluida en la lógica de estos espacios. Lacan advierte que el discurso del amo –el exigido para los profesionales desde la lógica que atraviesa estos establecimientos- es el reverso del discurso del analista (Álvarez, 2006; Lacan, 1984); es decir que el posicionamiento de un psicólogo que sostenga una praxis desde el psicoanálisis deberá advertir que “el discurso del analista debe encontrarse en el punto opuesto a toda voluntad de dominar, porque es fácil deslizarse de nuevo hacia el discurso del dominio” (Lacan, 1984, 73).

En una lógica en la que puede evidenciarse el favorecimiento de producción de debilidad mental, una indicación técnica puede ser la que Lacan planteó en el seminario 3 en relación a las psicosis: ubicarse en la posición de secretario del alienado. Si bien el débil no participa de la lógica del significante de la misma manera en que lo hace un neurótico, de todas maneras se encuentra en el lenguaje, por lo que su testimonio vale. Esta modalidad de intervención -alternativa a la interpretación- se mantiene en la ética del psicoanálisis, en tanto no abandona una posición en la cual se sostiene la relación transferencial con el otro, en quien se supone un sujeto. En este sentido, que no se responda de acuerdo a lo que los lineamientos institucionales promueven, podrá ser leído como inherente a la posición de quien se niega a ocupar el lugar de ilota del régimen. Tal vez pueda ser la única manera de recuperar algo del orden de la subjetividad: en el síntoma de quien está en posición de no poder saber. Por lo tanto, como sostiene P. Peusner, “si el débil mental tiene dificultades con el saber, hay un discurso que coloca al saber en un lugar de reserva: es el discurso del analista” (2010, 36). Y como plantea Lacan, “la función del analista no es volver a hacer de este elemento [el saber], un elemento de domino” (1984, 88).

Por lo tanto, un sistema que funcione exclusivamente desde la lógica del discurso universitario y con profesionales ejerciendo desde el discurso del amo, difícilmente promueva situaciones favorables para que estos ejes sean parte de un proceso de trabajo, si no se cuenta al menos con la presencia de un analista en dicho ámbito para probar otros modos posibles de habilitar la emergencia de la subjetividad en un régimen que se sostiene justamente en base a su aplastamiento.


 

Martín Contino es psicólogo y profesor en psicología por la Universidad Nacional de Rosario, investigador del CONICET y docente de la Facultad de Psicología de la UNR.


 

Referencias bibliográficas

ÁLVAREZ, A. (2006). La teoría de los discursos de Jacques Lacan. La formalización del lazo social. Buenos Aires, Letra Viva, 2006.

BRUNO, P. (1986). “Al margen. Sobre la debilidad mental”. En Revista Pliegos, enero 1996, N° 1, 41-55. Disponible en mayo de 2012 en http://elpsicoanalistalector.blogspot.com/2009/11/pierre-bruno-al-margen-sobre-la.html

DRAKE, R. (1996). “Una crítica del papel de las organizaciones benéficas tradicionales”. En BARTON, L. (comp.), Discapacidad y Sociedad, Morata, Madrid, 1998, 161-80.

FUNDACIÓN PAR (2005). La discapacidad en Argentina. Un diagnóstico de situación y políticas públicas vigentes al 2005. Buenos Aires, Fundación Par, 2005.

LACAN, J. (1972). “Clase del 15 de marzo de 1972”. En Seminario de Jacques Lacan. Libro 19: “… o peor”. Inédito.

LACAN, J. (1966) “La dirección de la cura y los principios de su poder”, en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005

LACAN, J. (1984). El Seminario de Jacques Lacan. Libro 17: El reverso del psicoanálisis. Buenos Aires, Paidós, 2008.

PEUSNER, P. (2010). Reinventar la debilidad mental: reflexiones psicoanalíticas en torno a un concepto maldito. Buenos Aires, Letra Viva, 2010.

PEUSNER, P. (2008). El niño y el Otro: Pertinencia de los “cuatro discursos” en la clínica psicoanalítica con niños. Buenos Aires, Letra Viva, 2008.

SAVID, C. (2004). Construcción de la subjetividad y sus tropiezos. Rosario, UNR Editora, 2004.

 

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