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SUBJETIVIDAD DE ÉPOCA
- Lunes 25 de Octubre de 2010 12:42
- Administrador
Lógica interdisciplinaria y aplicaciones del psicoanálisis
- Lunes 18 de Junio de 2012 17:45
- Alicia Donghi
Por Alicia Donghi
Última actualización el Miércoles 27 de Junio de 2012 14:00
Acerca de la posición del analista en los Dispositivos de Admisión.
- Lunes 20 de Marzo de 2017 14:52
- Esteban Salvia
Resumen:
El presente texto[1] se ocupa, en primer lugar, en pensar una articulación de las vicisitudes que despliega la pregunta por la posición del analista en los dispositivos hospitalarios de admisión. A partir de allí, y articulado a una breve presentación de caso, se problematizan las nociones de demanda y de la escucha como dos cuestiones centrales que hacen a dicha posición. Por último, se considera la íntima articulación e imbricación que éstas ponen en juego en el dispositivo, sosteniendo en disyunción y diferenciando la práctica analítica de la práctica asistencial.
Sobre el dispositivo de admisión:
En el campo de la Salud Mental, los dispositivos de hospital presentan diferentes modalidades de atención para hacer frente al padecimiento de las personas. Uno de ellos es el dispositivo de admisión.
Referirnos al dispositivo de admisión implica considerar que éste representa una categoría que es propia de la práctica hospitalaria. Su definición operativa dada por el marco normativo de Salud Pública es: “Es la entrevista que se realiza a todo paciente que ingresa al servicio por primera vez, la que se utiliza para registrar datos de filiación, motivo de consulta y elaborar un diagnóstico presuntivo, a fin de establecer si corresponde: 1- su ingreso al servicio y posterior derivación al tratamiento adecuado; 2- su derivación a otros servicios hospitalarios; 3- no requiere tratamiento alguno” (Roma 1993, 5). Según la RAE, admitir es: recibir; dar entrada; aceptar; permitir o sufrir.
En términos estrictamente hospitalarios, la admisión puede ser pensada como una categoría institucional que apuntará a la objetivación del paciente, contabilizando a éste en “estadísticas por resultados y marcando los pasos obligados para dar curso a un tratamiento” (Spinelli, C, Pérez, S. 1993, 40). Todas cuestiones que atañen a modos burocráticos de funcionamiento, donde la eficacia asistencial propia de la institución podrá ser cotejada a partir de la evaluación de dichos resultados.
De este modo nos es dable apropiarnos de una pregunta que implique a la posición de un psicoanalista frente a esta categoría. Teniendo presentes dichas cuestiones como telón de fondo, creo que podemos sostener que, desde una perspectiva psicoanalítica, existirá una relación entre psicoanálisis y hospital que operará de modo tácito en todas aquellas otras preguntas que vayamos a hacernos para pensar la práctica hospitalaria.
Porque ¿se hace psicoanálisis en un hospital o más atinado sería decir que hay psicoanalistas que atienden pacientes en los hospitales? Más precisamente creo que la cuestión podría pensarse así: ¿qué psicoanálisis en el hospital?
Lo antedicho abre una cantidad considerable de cuestiones: el dispositivo analítico clásico -aquel que inventara Freud- no se traslada al hospital o, al menos, no es de esa manera cómo lo reconocemos en dichas instituciones. Sobre todo porque el vínculo psicoanalista-paciente se encontrará soportado desde el primer momento por la institución hospitalaria.
Los pacientes que llegan al hospital lo hacen porque, de algún modo u otro, se les juega algún tipo de transferencia con la institución. Esta transferencia -una transferencia en sentido amplio, “masiva e indiferenciada” (Gamsie 2009, 13)- de dichos pacientes con el hospital deberá ser tenida en cuenta si queremos pensar “cómo nos es dable operar sobre ella para producir efectos de orden analítico, cuando no se trata de una situación propiamente analítica.” (Ibíd)
Más allá del caso por caso -aunque no sin él- todos los dispositivos son, en algún punto, un producto artificial de la práctica hospitalaria. En este sentido es que decimos que no es sin el hospital que se produce un encuentro entre el agente de salud y el paciente y que esto deberá ser tenido en cuenta si queremos pensar los problemas que se derivan de nuestra práctica como profesionales en el campo de la salud mental.
Por otra parte, la articulación entre estos tres actores -agente de salud, hospital y paciente- tomará un rumbo diferente dependiendo de la perspectiva desde dónde se lo piense. Desde el psicoanálisis, creo, si bien el dispositivo de admisión puede ser definido desde un marco institucional, no es posible hablar de los dispositivos de admisión. Esto es así en tanto la singularidad de cada paciente -y la que le es propia a cada admisor- hará de cada admisión un singular que devendrá particular en la misma especificidad de cada caso. Recorrido un tanto trillado éste en su presentación, pero no por ello menos problemático.
Es en ese sentido que la pregunta por el dispositivo puede ser ubicada en relación a los pedidos de consulta que, día a día, reciben las instituciones hospitalarias. Son pedidos que nos posicionan ante un problema de encuadre -problema que se manifiesta en Freud en lo que éste llamó ensayos de prueba y que Lacan más tarde llamará entrevistas preliminares. Esto nos lleva a la pregunta por la pertinencia de considerar -o no- a la entrevista de admisión como parte de las entrevistas preliminares o ensayos de prueba.
Si bien entendemos que puede haber diferentes opiniones al respecto -no profundizaremos sobre ellas aquí- sostenemos que “la admisión será un tiempo lógico del análisis que, (solo) après coup, podremos situar como entrevistas preliminares” (Esposito, S et al 1993, 20). Pensar a la admisión de ese modo nos permitirá situar lo que de ella resulta más propio a nuestra práctica. No digo negar lo institucional, sino acotar el problema a lo específico que nuestra práctica, en tanto psicoanalistas, exige.
Sostener el espacio de admisión implica, entonces, sostenerlo “como un lugar, como un primer momento para producir un efecto: el de admitir, apostando a darle entrada, permiso, a la posibilidad de que emerja algo del sufrir del sujeto y del sujeto de ese sufrir” (Roma, V., op. Cit., 6)
Admitir, entonces, para dar lugar. Será un espacio para la admisión, un lugar donde habrá la posibilidad de que analista y paciente se admitan. De este modo la admisión resulta algo mutuo y, por lo tanto -necesariamente- doble. Pero también implica que no todo será admisible, “ya sea por la estructura misma de la demanda o por las limitaciones propias del analista. Cada uno tendrá derecho a decir no” (Esposito, S et al, op. cit.).
De una práctica en cuestión (o: la cuestión de una práctica):
Supongamos la siguiente situación: una entrevista de admisión con esta particularidad: La entrevista es con miras de otorgarle (o no) a quién la está solicitando un certificado que habilite una pensión por discapacidad. Digo bien: quién solicita la entrevista es una persona que está pidiendo un certificado que la habilite a cobrar una pensión. Institucionalmente el hospital ofrece, vía entrevista de admisión, la posibilidad de realizar dicho trámite. El solicitante accede a una entrevista porque, quiero pensarlo así para poder problematizarlo luego, es una -otra - de las instancias a seguir para obtener la pensión. Momentos después esa persona se encuentra frente a un equipo interdisciplinar conformado por psiquiatras y psicólogos. Van a tener una entrevista.
Hay ahora una entrevista a la que acuden ambas partes. ¿Quién pidió la entrevista?, ¿el paciente?, ¿el hospital?, ¿el sistema de Salud Mental?, ¿los profesionales, a fin de ubicar algún motivo para otorgarle (o no) un certificado a alguien que demanda una pensión? ¿Qué demanda aquel que viene ahí, o que es colocado ahí por cierta administración hospitalaria?
Una breve viñeta clínica:
Una persona –la madre del beneficiario- solicita la renovación de un certificado de discapacidad para su hijo de 15 años.
Un brevísimo recorte de la entrevista: un hijo tímido e introvertido. Pocas palabras por parte de éste toman la forma de respuestas -breves, casi monosilábicas- a las preguntas que se le hacen.
La madre: “Él -el hijo- no habló nada hasta los 8 años, nos cuenta. A los seis, como él no hablaba un médico me dijo que tenía que pedir el certificado porque el nene no hablaba. (Diagnóstico al momento de la emisión del certificado: Retraso mental moderado). Yo le decía, hijo tenés que hablar, vos tenés que hablar.” Le preguntamos cómo fue que empezó a hablar: “y, yo le insistía y un día empezó a los gritos, tenía 8 años…” “Él también me vuelve loca a la hora de dormir….tengo que quedarme con él en la habitación hasta que se duerme... no se va a dormir si no es conmigo”
Al final de las entrevistas, se conversó la situación: Algo no anda bien. Médico y psicólogo coinciden, al menos, en el enunciado del sintagma: algo no anda bien acá. Se decide convocar al hijo, previa autorización de la madre, para una admisión por consultorios externos para iniciar un tratamiento psicológico.
Un analista en el hospital:
¿Qué debería hacer un psicoanalista ante esto? Hay un padecimiento del sujeto que parece infranqueable (incluso necesario para cobrar la pensión): ¿Cómo ir de ese padecimiento a un síntoma “más” analítico, es decir, a una pregunta, a un movimiento del sujeto que implique un cambio de posición ante eso que le produce malestar? ¿Por qué habría un psicoanalista, en estos casos, orientar sus intervenciones en esa dirección?
Retomemos la pregunta de Gamsie, hagámosla propia para pensar la complejidad de la situación. ¿Cómo operar -a sabiendas de la transferencia hospitalaria- analíticamente con un paciente cuando no se trata de una situación propiamente analítica?
En primer lugar podemos decir que la situación mencionada es un claro ejemplo de cómo no es sino con el hospital que se produce un encuentro con el paciente. Ahora bien, el paciente ya se encuentra ahí -podría haber sido otro paciente o esto podría no haber sucedido, claro está, pero el caso es que el paciente ya se encuentra ahí. ¿Qué hacer en esos casos? ¿Qué hay de la demanda del paciente?
La pregunta podría pensarse en torno al qué hacer ahí, en tanto que como psicoanalistas trabajamos con sujetos. Sin embargo el hecho de que haya un sujeto ahí no va de suyo. Pero el psicoanálisis apuesta a eso. Claro es que estamos hablando del sujeto del inconsciente. Será, entonces, apostando al sujeto del inconsciente, donde se encuentra la posibilidad de la propia pregunta. Lo anterior implica entonces, de entrada, una posición que -desde la escucha- se jugará vez a vez y que no será la misma que la de un médico o del hospital que convocó transferencialmente al paciente. Hasta ahí -sigo tomando la idea de Gamsie, ya que me parece central.
Porque es cierto que la situación de hospital, de algún modo, condiciona la entrevista y al dispositivo. Pero eso no impide una posición -y hablo acá de la posición del analista y su apuesta por el sujeto.
¿Cuál debería ser nuestra posición, desde el psicoanálisis, frente a este tipo de demandas? Gamsie nos dice que hay que interrogarlas. (Gamsie, op. Cit, 17) Sobre todo porque si intentamos una respuesta a la demanda, si damos por hecho lo que demanda el paciente como aquello a lo que hay que responder terminaremos interviniendo, en el mejor de los casos, “de un modo puramente asistencial” (ibíd). Y eso ya sería excluyente de una posición analítica.
Pensemos en lo que una posición meramente asistencial acarrearía para nuestra práctica. En este caso, en primer lugar, podemos decir que queda expuesta cierta imposibilidad de la interdisciplina, cierto espacio no habitado para un (im)posible entrecruzamiento de discursos. En segundo lugar, creo, nos permite ubicar de qué modo se produce ese imposible del entrecruzamiento disciplinar.
¿Qué sino darle un ser -en este caso, “ser retrasado mental”- podemos ubicar como lo que una posición meramente asistencial -y hasta acaso restitutiva- intentaría sostener? Sostenemos que ahí donde un Otro tapona, no interrogando sino “identificándose a aquello que no funciona” (Ibíd.) no habrá lugar para un sujeto.
Claro que el problema es nuestro en tanto somos nosotros quienes trabajamos con sujetos. Nuestra posición sostiene, como decíamos, una apuesta por el sujeto. Será una posición que deberá sostenerse entonces tratando de “hacer surgir al sujeto en la modalización de sus dichos, operando a partir del significante que supone al sujeto como falta en ser, no de asistirlo sino de ponerlo a trabajar” (Scavino 1993, 8). Posición - la analítica- que de este modo queda situada en disyunción a una lógica asistencial. Lógica, ésta última -la asistencial- que intentará sostenerse en todos aquellos intentos por olvidar el `no` que la existencia lleva inscripta en su estructura (Alemán y Larriera 2006, 43).
Más preguntas:
¿Qué se escucha en esta admisión que nos hace pensar en proponerle a esta persona un tratamiento? ¿Qué aparece sino una oferta de nuestra parte? Podemos sostener que es el hospital el que crea una oferta y que éste opera desde ahí, está ahí, abre sus puertas para los ciudadanos, brinda un servicio. Según la RAE, algunas acepciones de brindar son:
1: ofrecer a alguien algo, especialmente una oportunidad o un provecho,
2: ofrecerse voluntariamente a ejecutar o hacer algo,
3: Manifestar, al ir a beber vino u otra bebida, el bien que se desea a alguien o la satisfacción por algo[2].
En tanto profesionales de la salud y atravesados institucionalmente, nuestra oferta no dejará de estar ajena a estas acepciones. Ahora bien, también habrá algo que será de otro orden. Algo que se cuele como resto en cada escucha podría pensarse como, de lo ofrecido, un intento de lo posible con cada quién.
Algo no está bien. Podemos escuchar en el relato de esa madre que algo no está bien. Podemos suponer en los silencios de ese hijo que algo no anda bien. Pero del mismo modo, me parece, si bien sostenemos la certeza en pensar que ha sido correcto ofrecerle tratamiento a ese niño, esto mismo resulta también, de algún modo, un interrogante que hace pregunta. Porque: ¿estamos ofertando también en tanto algo de lo que se escucha no está bien, algo que trataremos de escuchar más allá de lo que se oye? ¿Cómo desimpregnar esa escucha, cómo mantenerla aséptica, a salvo, de todo ideal posible –pienso aquí en ese “brindar” que toma la forma del “desear a alguien el bien”, en ese sentido, de ese ideal, de los ideales que quedarían expresados en un juicio atributivo de sentido -dando por sentado una no menos ingenua posición moralizante. Supongamos una intervención de este tipo: “¡pero señora, eso no está bien, ese nene ya es grande como para que usted lo haga dormir!”? ¿Cómo escuchar que algo no anda bien, sin caer en que eso está mal?¿O,sobretodo,cómo afirmar que algo no anda bien cuando el paciente, al modo de Bartleby, el escribiente de Melville[3], nada dice de aquello y- sobre todo- cuando de lo que se trata, al menos institucionalmente, es de darle vía a un trámite que certifica discapacidad?
Podemos escuchar algunas palabras, intentar deslizar algún significante, recortarlo, ponerlo en circulación, darle forma .Podemos pensar en los modos en que ese hijo hace lazo con el Otro. Podemos suponer algo del orden de la responsabilidad del sujeto en tanto sus modos de asegurarse un lugar en el deseo del Otro.
También se podría pensar en una madre que se-sostiene en la mudez de un hijo. En una mudez que intenta renovarse ahora, nuevamente. Renovarse para que todo siga igual.
Conjeturas…Claro que eso es parte de nuestro trabajo. Lo que estoy tratando de cernir ahora es de otro orden. Es una pregunta por la escucha, por la posición del analista allí donde ni siquiera parece haber padecimiento (digo ni siquiera y es ex profeso que lo escribo así, porque es lo que pareciera, sin embargo no lo sabemos).
Ahí donde hay una apuesta que es de otro orden en tanto escuchamos algo que no está bien: ¿Se tratará de poner en forma un síntoma, volverlo “más” analítico? ¿Qué síntoma, en tanto éste – su creatividad- aparece denegado en toda su arquitectura significante (Diamand 1993, 23)? O, peor aún, ¿qué padecimiento?
Más preguntas: ¿Nos es lícito, o, por lo menos posible cernir, algo de lo que ese hijo padece en tanto no hay nada más mudo –como nos enseñara Freud con Elizabeth von R- que aquello que es del orden del padecer de un sujeto? ¿Qué derecho tenemos a intentar hacer - valga el equívoco- algo con ello?
Sin embargo, lo sabemos, Freud insistió con Elizabeth. Mejor aún, si algo no dejó de hacer Freud con Elizabeth fue de insistir-le, de ofertar-le palabras. Con su insistencia, con su oferta, Freud intentaba poner a jugar en la escena analítica algo de ese padecimiento[4]. Intentaba, pienso, de algún modo, con-moverla a salir de esa mudez del padecer. Un movimiento que la llevase a una posición más quejosa, pero que le permitiese que algo de ese padecer pudiese empezar a hacerse oír (Laznik, 2007).
Tiempo de concluir:
Algunas cuestiones se fueron desarrollando a lo largo de este recorrido. Hubo una dirección, un rumbo de interrogantes que nos fue orientando a lo largo de este trabajo: el dispositivo de admisión, el pedido de consulta, la demanda, la escucha.
Creemos poder afirmar que son preguntas por la posición del analista, preguntas que se juegan en la propia práctica, ahí donde el rigor del dispositivo nos exige, sostenido en la potencialidad posibilitadora de la atención flotante.
¿Qué más podríamos decir al respecto? ¿Qué de la demanda y qué tanto de la escucha? ¿Podemos pensar una relación entre ambas? Será cuestión entonces de escuchar, para poder articular a partir de la escucha la verdad de una demanda. “Prestar atención a la pregunta”, dice David Laznik (Laznik 1991, 142). Porque si la neurosis es una pregunta (los neuróticos suelen hacerse demasiadas preguntas, decía Freud) lo que se escucha es una pregunta. Una pregunta que deberá ser escuchada en tanto es la escucha la que determina el decir en la experiencia analítica. (Ibíd.)
Y en dicha escucha, creemos, la posición de un analista frente a un pedido de consulta resulta central en los inicios de un tratamiento ya que “la verdad de una demanda no puede ser ajena a la torsión que en ella introduce el analista, quien se revela capaz de leer en ella lo que de padecimiento y de repetición se anuda” (Pujó 1993, 33).
Si nuestra responsabilidad, en tanto analistas, es en relación a la palabra. Si la palabra es en relación a un decir. Si ese decir se escucha, esa escucha deberá diferenciarse de un oír en tanto “el oír admite la atribución de un juicio – algo que podría leerse si decidiéramos orientarnos desde una posición asistencialista: “¡pero señora, eso no está bien, no está bien que su hijo haga tal o cual cosa...”- La escucha, sin embargo, no admite atribuciones” (Laznik, op. cit.)
Será cuestión entonces de escuchar, para que, más allá de lo que ese pedido diga en su enunciado, pueda articularse a partir de él, en el sujeto, algo que sea del orden de la verdad, de su verdad.
Decíamos unas líneas más arriba que la nuestra es una escucha que está ligada a un decir, no a un enunciado. Entonces es una escucha que se sostiene en “un lugar en la estructura” del sujeto (Ibíd. 143): lo que viene a ser lo que su decir enuncia. Su enunciación, podríamos decir. Decir que le será, a éste, estructuralmente propio.
En ese sentido, escuchar no es oír. Tampoco escuchar es comprender. La comprensión, en todo caso, es una actividad que pertenece al campo de la hermenéutica. La comprensión toma en cuenta al texto y al contexto. La escucha no. No hay metalenguaje de aquello que se escucha. Lo que se escucha entonces son “fragmentos de un texto” (Ibíd. 146).
¿Qué se escucha ahí donde la demanda parece esfumada de cualquier intriga, donde no hay pregunta o síntoma que enigmatice en modo alguno? Podemos seguir respondiendo que escuchamos que algo no anda bien -lo que nos coloca en un desconcierto, como le sucede al jefe de Bartebly, el escribiente que nombramos unas líneas más arriba, ante las reiteradas e indescifrables negativas de su empleado[5].
Quizás avanzar con una certeza sea un buen comienzo. Pero no para sostener en ésta un estandarte de convicción clínica sino porque de esa manera –tal vez- dicha certeza pueda operar como un envión que lleve implícito en su movimiento su propia caída. Caída de una certeza que permita –quizás- algún otro saber posible para el sujeto.
Creo que ese puede ser un buen modo de hacérselas con eso que implica nuestra práctica, porque, más allá de todo lo que podamos ofertar, “escuchar que un paciente no demanda análisis sino otra cosa, exige también una escucha analítica” (Sotolano 1993, 17).
Bibliografía:
- Alemán J. y Larriera, S. (2006). Existencia y sujeto. Málaga: Miguel Gómez Ediciones.
- Diamand, M. (1993). ¿Quién admite a quién? La clínica psicosomática. En: Revista Psicoanálisis y El Hospital. N°2, 22-24.
- Esposito, S. et al (1993). De test-hijo en peligro al arroz con leche: La clínica con niños. En: Revista Psicoanálisis y El Hospital. N°2, 20-22.
- Gamnsie, S. (2009). La interconsulta: una práctica del malestar. Buenos Aires: Del Seminario.
- Laznik, D. (1991). La escucha. En: La responsabilidad del analista. Buenos Aires: Estilos.
- Laznik, D.: “Elizabeth. von R.: del padecimiento a la queja y de la queja a la producción del síntoma analítico”. Ficha de la cátedra, 2007.
- Pujó, M. (1993). Modos de lo inadmisible. En: Revista Psicoanálisis y El Hospital. N°2, 37-39.
- Scavino, R. (1993). La admisión en tanto operación. En: Revista Psicoanálisis y El Hospital. N°2, 7-8.
- Sotolano, O. (1993). La admisión en la Institución Hospitalaria. En: Revista Psicoanálisis y El Hospital. N°2, 13-17.
- Spinelli, C, Pérez, S. (1993). Una apuesta: la Des-admisión manicomial. En: Revista Psicoanálisis y El Hospital. N°2, 39-41.
Esteban Salvia es estudiante de la carrera de Psicología de la UBA.
[1] Este trabajo fue elaborado como informe final de la práctica profesional “La angustia en la experiencia analítica” de la carrera de psicología de la UBA a cargo de Leopoldo Kligmann, 2do. cuatrimestre de 2016.
[2] Diccionario de la Real Academia Española, en: www.rae.es Fecha de consulta: 1 de noviembre de 2016. El subrayado es mío.
[3]Bartleby es el personaje del maravilloso cuento homónimo del escritor estadounidense Herman Melville. Este personaje, que ante algunas tareas que su jefe le pide, responde: “Preferiría no hacerlo”. Sin mostrar incomodidad, ni enojo o impaciencia, Bartleby muestra un desempeño impecable en su puesto. Salvo esto que a veces manifiesta. Simplemente hay cosas que no quiere hacer y ante eso, de su boca solo escapa una sentencia: “preferiría no hacerlo”, respuesta que va hundiendo a su jefe en el desconcierto, hasta el punto de preguntarse qué hacer con él. En palabras de éste: “Bartleby es uno de esos seres de quienes nada es indagable, salvo en fuentes originales: en este caso, exiguas.” ¿Qué buscar ahí donde parece no haber algo para indagar, sobre todo cuando lo que se escucha es que algo no anda bien? Agradezco a Dante Cima la referencia literaria y el aporte que con la misma hizo para seguir pensando el caso que aquí nos concierne.
[4] ¿O sería más preciso decir que lo que intentaba Freud con su oferta era, en realidad, armar la escena analítica?
[5] cf. nota 2
Última actualización el Miércoles 29 de Marzo de 2017 16:06
Creatividad y simbolización
- Jueves 09 de Diciembre de 2010 15:09
- Alejo Durán
Por Alejo Durán
El objetivo del presente trabajo es presentar y analizar conceptualizaciones que entraman el marco teórico construido en la elaboración y en el desarrollo del proyecto de investigación “El sujeto que aprende en la época actual: Procesos de subjetivación en el aprendizaje escolar y en el uso de las nuevas tecnologías” (BR0917), proyecto que se inscribe en el marco de la cooperación Bilateral entre el Mincyt (Argentina) y el CAPES (Brasil) y que resulta de la articulación entre el trabajo del equipo argentino de la Facultad de Psicología, UBA, dirigido por la Dra. Silvia Schlemenson y el equipo de la Universidad de Brasilia dirigido por la Dra. Albertina Mitjáns Martínez.Última actualización el Miércoles 21 de Septiembre de 2011 20:34
La influencia de Charcot sobre Freud en la concepción del trauma. (1885-1896)
- Miércoles 24 de Agosto de 2016 14:58
- Patricia Daiana Martinez
Introducción
El tema del presente informe trata sobre la influencia de Charcot sobre Freud en los comienzos del psicoanálisis(1) . Charcot es una de las primeras figuras que se menciona como influyente en los orígenes de la teoría psicoanalítica, esto se debe a que Freud fue discípulo de Charcot, independientemente de que luego Freud construyera una teoría distinta a la de su profesor. Así mismo, el análisis se desarrollará dentro del periodo de tiempo comprendido entre 1885 y 1896.
En cuanto a la bibliografía primaria, se tomará como referencia la obra de Charcot, Parálisis histérico-traumática masculina, para entender como concebía éste el trauma, y por otro lado, tomaremos de Freud cuatro textos: Psicoanálisis.(Cinco conferencias pronunciadas en la Clark University, Estados Unidos), La etiología de la histeria, Charcot y Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos. De esta manera podremos observar de qué manera Freud tomó las enseñanzas de su maestro y cómo continuó los trabajos de Charcot.
Como bibliografía secundaria, en primer lugar usaremos dos textos que nos ayudarán a entender cómo entendía Freud el trauma en los comienzos del psicoanálisis bajo la influencia de Charcot: Curas del trauma y curas traumáticas: las neurosis de guerra, Janet y las cuestión de la memoria de Leys, y en segundo lugar tomaremos El trauma de Hacking. En segundo lugar, acudiremos al libro El verdadero Charcot de Gauchet y Swain para entender la relación de Freud con Charcot, y finalmente utilizaremos Diccionario de psicoanálisis de Lapanche y Pontalis, junto con el texto de Hacking, para entender las primeras concepciones del trauma en Freud y los usos históricos del término trauma. [Ver bibliografía]
Generalmente cuando se cuenta qué tomó Freud de Charcot se hace referencia al método hipnótico de Charcot que usó Freud en los comienzos del psicoanálisis. Sin embargo, lo que se pretende en este informe es profundizar un poco más la influencia de Charcot sobre Freud, las preguntas que pretenden orientar este trabajo y ser respondidas en el mismo son las siguientes: ¿Fue Freud quien inventó el concepto de “trauma” o es un término que ya se venía utilizando?, ¿Qué relación tenía Freud con Charcot? En cuanto a los comienzos del psicoanálisis: ¿qué entendía Freud al principio por “Trauma”?, ¿él pensaba el “trauma” al igual que Charcot? Finalmente para cerrar el informe, ¿cómo continuó Freud el trabajo de Charcot? ¿Cómo distinguió las neurosis traumáticas de aquellas no traumáticas?, ¿Cómo concibe Freud lo “traumático”?
Desarrollo
2.a La etimología de la palabra trauma para dos autores.
Respecto a los orígenes del término trauma, tomaremos algunos extractos del Diccionario de psicoanálisis de Laplanche & Pontalis:
Trauma y traumatismo son términos utilizados ya antiguamente, en medicina y cirugía. Trauma […] designa una herida con efracción; traumatismo se reservaría más bien para designar las consecuencias sobre el conjunto del organismo de una lesión resultante de una violencia externa. (Laplanche & Pontalis, 1996: 447).
En la medicina actual también se siguen utilizando los términos trauma y traumatismo pero como si fueran sinónimos (Laplanche & Pontalis, 1996). Sin embargo, también es interesante observar a qué se refieren las personas en su discurso social cuando hablan de trauma, las personas suelen utilizar el término traumático para calificar a aquellas situaciones que percibieron como desagradables, por ejemplo: “¡La cirugía fue un trauma! Por otro lado, en la actualidad sabemos que el término trauma ha ampliado su significado, y que además de referirse al cuerpo también hace referencia a lo psíquico. El trauma comenzó a hacer referencia a lo psíquico hace aproximadamente un siglo, en un contexto histórico en el que se dieron dos importantes sucesos: Francia comenzaba a estudiar la personalidad múltiple y las ciencias de la memoria se preparaban para nacer
(Hacking, 1995).
En cuanto a la “psicologización del trauma”(2) puede observarse lo siguiente:
El trauma ya estaba muy psicologizado en la teoría de Freud de 1893-97, según la cual la histeria era causada por recuerdos sepultados relativos a seducciones o agresiones sexuales ocurridas durante la niñez. El trauma era la seducción, un acontecimiento que no dejaba cicatriz o herida física, y cuyas consecuencias eran completamente psicológicas. Pero Freud no estuvo en el origen de esa idea de trauma psicológico. Ésta ya circulaba en 1885, a veces con el nombre de trauma moral […] cuando Freud llegó a París para estudiar con Charcot. (Hacking, 1995:1)
Del fragmento citado anteriormente, podemos inferir que si bien Freud ha utilizado el término trauma en su teoría psicoanalítica, no fue él la primera figura en psicologizar el trauma, sino que este pasaje del trauma al mundo “psi” ha sido un proceso cuyo comienzo fue anterior al psicoanálisis. Freud recoge y hace uso del término trauma psíquico porque en su época ya estaba circulando el término trauma haciendo referencia a la mente.
2.b La relación Freud-Charcot
Freud se refiere a Charcot en Cinco conferencias pronunciadas en la Clark University, Estados Unidos de la siguiente manera: “El gran observador francés, de quien fui discípulo entre 1885 y 1886 […]” (Freud, 1910: 18) . En primer lugar, debemos situar una breve introducción para saber quién era Charcot:
Jean-Martin Charcot (1825-1893) […] nació en París […] Desde joven Charcot se había sentido inclinado por la pintura y por la medicina, decidiéndose finalmente por esta última. […] en 1862, pasó a la Salpêtrière. Fue en ese hospital parisino donde se desarrolló toda su carrera […] Hasta su llegada a la Salpêtrière […] Charcot había estudiado diversos temas médicos […] pero, al arribar a su nuevo puesto, comenzó a interesarse por las enfermedades del sistema nervioso […] con el objetivo de poner en evidencia la relación existente entre las lesiones de ciertas partes del cerebro y la afectación de las habilidades motrices […] (Conti & Stagnaro, 2007: 41-42)
Freud en 1910 se refiere a la influencia de su profesor de la siguiente manera:
[…] nos encontrábamos enteramente bajo el sortilegio de las investigaciones de Charcot. Equiparamos las vivencias patógenas de nuestros enfermos, en calidad de traumas psíquicos, a aquellos traumas corporales cuyo influjo sobre parálisis histéricas Charcot había establecido […] (Freud, 1910: 18)
Una nota de James Strachey en Charcot (1893) (3) señala que Freud trabajó como alumno de Charcot en la Salpêtrière de París desde octubre de 1885 hasta febrero de 1886. Esos años marcaron un cambio en la carrera de Freud, él pasó de interesarse en la neuropatología a la psicopatología. Freud sentía una gran admiración por su maestro, la cual tendría para toda su vida. A continuación, se extrae un fragmento en el que Freud menciona el fallecimiento de su maestro y la gran admiración que Freud sentía por Charcot:
[…] Charcot fue sorprendido el 16 de agosto de este año por una muerte súbita sin previo achaque ni enfermedad, tras una vida feliz y coronada por la fama. Con ello, la joven ciencia de la neurología ha perdido prematuramente a su máximo promotor […] Sus grandes éxitos le causaban honesto y humano regocijo, y le gustaba contar sus comienzos y el camino transitado […] Charcot deja un grupo de discípulos cuya calidad intelectual y los logros que ya han obtenido garantizan que el cultivo de la neuropatología en París no descenderá tan pronto de la altura hasta la cual Charcot la había elevado […] Como maestro, Charcot era directamente cautivante; cada una de sus conferencias era una pequeña obra de arte por edificio y su articulación, de tan acabada forma y tan persuasiva que durante todo el día no conseguía uno quitarse del oído la palabra por él dicha, ni de la mente lo que había demostrado […] Es inevitable que el progreso de nuestra ciencia […] desvalorice mucho de lo que Charcot nos ha enseñado; pero ningún cambio de los tiempos o de las opiniones podrá menoscabar la fama del hombre por quien hoy […] hacemos duelo (Freud, 1893: 13,17,19,24).
Si bien Freud tuvo un vínculo académico con Charcot, alumno-profesor, Freud ha mostrado una gran admiración por Charcot desde que ingresa a la Salpêtrière hasta el día de su fallecimiento, llevándolo para siempre en su memoria.
2.c La noción de trauma en Freud y Charcot
Retomando el apartado 2.b, para saber si Freud entendía el trauma, al igual que Charcot, en “los comienzos del psicoanálisis (1890-1897)” (4) debemos centrarnos primero en cómo era concebido el trauma por su maestro. Para introducirnos, citaremos a continuación fragmentos de un caso clínico de Charcot:
Este es el caso clínico de un obrero ensamblador de bronce, de 46 años, que también presenta accidentes histéricos. Es de notar cómo estos casos de histeria traumática observados en obreros de apariencia vigorosa, se multiplican a medida que aprendemos a diagnosticarlos mejor […] Hace tres semanas, este hombre estaba golpeando con un martillo de madera […] una placa de bronce que sostenía en un torno con la izquierda. Estaba dando fuertes golpes cuando de repente, la placa se movió y el martillo golpeó fuertemente sobre su mano izquierda […] cuando más tarde el enfermo quiso volver a utilizar esa mano, se dio cuenta de que ésta estaba flácida y de que no podía mover los dedos. Al realizar el examen minucioso del miembro afectado, enseguida pudimos reconocer que se trataba de una parálisis histérico-traumática […] Le pido al enfermo que cierre los ojos y muevo los dedos de su mano izquierda y su muñeca de distintas maneras; el enfermo no tiene la menor noción de estos movimientos. Ignora totalmente la actitud que le doy a sus dedos y a su mano […] esto es suficiente para establecer el diagnóstico, ya que a mi entender sólo en las parálisis histéricas estas características se dan en forma tan marcada (Charcot, 1887 – 1888: 44-45).
El traumatismo es una noción que acompaña el desarrollo de los estudios sobre la histeria desde tiempo atrás. Charcot empieza a descubrir el traumatismo en mayo de 1885. El traumatismo es la «acción mecánica» susceptible de desencadenar los accidentes de histeria local, en particular la contractura permanente, y proporcionar así «la primera revelación de la diátesis histérica hasta allí latente». Para Charcot, el origen del síntoma se halla en el traumatismo mecánico que afectó a los enfermos, aunque éste parezca haber sido insignificante (Gauchet & Swain, 2000).
Para Charcot la histeria era un trastorno de carácter neurológico. Si bien sostuvo que la histeria podía ser heredada, ésta podía ser producida por traumas, como ocurría en los accidentes, pero también podía ser producida por sustancias tóxicas, desde los químicos industriales hasta el alcohol. De este modo, Charcot trabajaba con una serie de conceptos que estaban estrechamente relacionados: memoria, histeria, hipnosis y trauma físico (Hacking, 1995).
A continuación se extrae el siguiente fragmento que testimonia que Freud, al principio, pensaba y entendía el trauma al igual que Charcot por su reciente llegada a la Salpêtrière:
[…] el maestro Charcot había iniciado en París aquellas indagaciones sobre las histéricas de la Salpêtrière que darían por resultado una comprensión novedosa de la enfermedad. Era imposible que esas conclusiones ya se conocieran por entonces en Viena. Pero cuando una década más tarde Breuer y yo publicamos la comunicación preliminar sobre el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos, que tomaba como punto de partida el tratamiento catártico de la primera paciente de Breuer, nos encontrábamos enteramente bajo el sortilegio de las investigaciones de Charcot. Equiparamos las vivencias patógenas de nuestros enfermos, en calidad de traumas psíquicos, a aquellos traumas corporales cuyo influjo sobre parálisis histéricas Charcot había establecido […]
(Freud, 1910).
Freud al principio era un discípulo leal de Charcot. En 1888 Freud escribió que la disposición a la histeria es heredada. El tipo ideal de la histeria era la grande hystérie de Charcot. Freud sostenía que el trauma físico era una causa frecuente de la histeria (Hacking, 1995). Al respecto Freud menciona lo siguiente:
[…] En primer lugar, un fuerte trauma corporal, acompañado de terror y parálisis momentánea de la conciencia, despierta una predisposición histérica inadvertida hasta entonces; y, en segundo lugar, por convertirse la parte del cuerpo afectada por el trauma en sede de una histeria local […] (Freud, citado en Hacking, 1995).
Retomando lo anterior, se infiere que Freud, en sus comienzos, debido a la influencia que tuvo la escuela de su maestro Charcot, la Salpêtrière, sí concebía el trauma como su maestro le había enseñado. En el apartado 2. b La relación Freud - Charcot , se mencionó por primera vez a esta escuela parisina, destacando su importancia porque había sido el lugar en el que Charcot desarrolló gran parte de su carrera.
2.d El nuevo camino de Freud
La separación de Freud con la Salpêtrière de su maestro Charcot es mencionada de la siguiente manera: “el propio Freud pasó de ser un discípulo leal a una independencia a rajatabla” (Hacking, 1995: 8).
Para introducirnos en el nuevo proyecto que emprenderá Freud tras continuar los trabajos de su maestro, y que marcará el camino a seguir por el psicoanálisis, citaremos el siguiente fragmento de Freud en Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos:
Pero entre los múltiples trabajos de Charcot, el que yo más estimo es aquel en que nos enseñó a comprender las parálisis traumáticas que aparecen en la histeria; y puesto que de este trabajo, justamente, se presenta el nuestro como una continuación […] Nuestro material se componía de casos de neurosis común, o sea no traumática […] Existe una total analogía entre la parálisis traumática y la histeria común, no traumática. La única diferencia es que allí intervino un gran trauma, mientras que aquí rara vez se comprueba un solo gran suceso, sino que se asiste a una serie de sucesos plenos de afecto: toda una historia de padecimiento. Ahora bien, no tiene nada de forzado equiparar esa historia de padecimiento que en ciertos histéricos se averigua como factor ocasionador, con aquel accidente de la histeria traumática; en efecto, hoy ya nadie duda de que tampoco en el gran trauma mecánico de la histeria traumática es el factor mecánico el eficaz, sino que lo es el afecto de terror, el trauma psíquico […] (Freud, 1893).
Freud tomó una dirección totalmente diferente a la de su maestro, al atribuir la histeria traumática a cambios psicológicos en lugar de causas anatómicas – fisiológicas como solía hacer Charcot. Lo más destacable de Freud, en esta separación de su maestro, es el papel de una “incubación” post – traumática, también llamado periodo de latencia de elaboración psíquica, de manera que la experiencia traumática era para Freud irreductible a la idea de una secuencia causal puramente fisiológica como pensaba Charcot. Freud argumentaba que sólo se podían comprender los síntomas de la histeria si se rastreaban sus orígenes en las experiencias que hubieran tenido efecto traumático, más específicamente en las experiencias tempranas de “seducción” o abuso sexual. (Leys, 2000). Al respecto, se cita el siguiente fragmento de Freud en Estudios sobre la histeria:
Los síntomas de la histeria derivan su determinismo de ciertas vivencias de eficacia traumática que el enfermo ha tenido, como símbolos mnémicos de las cuales ellos son reproducidos en su vida psíquica […] En estas vivencias estuvieron en vigor las causas eficientes de la histeria; tenemos derecho a esperar, entonces, que por el estudio de las escenas traumáticas averiguaremos qué influjos produjeron los síntomas histéricos, y de qué modo lo hicieron (Freud, 1896).
Freud argumentaba que no era la experiencia misma la que obraba como suceso traumático, sino el hecho de revivirlo tardíamente en forma de recuerdo después de que el individuo hubiera alcanzado la madurez sexual. Para Freud en 1896 el trauma estaba constituido por la relación entre dos sucesos: un primer suceso que no era traumático porque había ocurrido demasiado temprano en el niño como para que éste lo comprendiera; y un segundo suceso que no era traumático pero que desencadenaba un recuerdo del primer suceso al que se le daba un significado traumático, y que a su vez, era reprimido (Leys, 2000).
3. Conclusión
El presente informe se ha propuesto profundizar la influencia de Charcot en Freud en la concepción del trauma tomando el periodo abarcado entre 1885 y 1896. Para tal fin, se ha hecho el siguiente recorrido. En primer lugar, indagamos la relación de Freud con Charcot. Se observó que Freud conoció a Charcot en la Salpêtrière donde tuvieron un vínculo de alumno-profesor, el cual había sido de carácter agradable para Freud. Para conocer la relación de Freud con su maestro se acudió, principalmente, a una carta necrológica que Freud escribió en 1893 luego de que Charcot falleciera. Este material ha sido de gran importancia ya que mostró al mismo Freud empleando sus propias palabras para expresar la gran admiración que tenía por su maestro. En segundo lugar, nos preguntamos si Freud había sido el inventor del término trauma. Esta pregunta se logró responder gracias a la bibliografía secundaria (Laplanche y Pontalis; Hacking) que mencionaba un recorrido histórico del concepto trauma, resumiendo que éste concepto se estaba utilizando antes de que Freud lo usara para su teoría psicoanalítica. En tercer lugar, se cuestionó si Freud, en sus comienzos, pensaba el trauma al igual que Charcot. Gracias a las menciones que hace Freud en 1910 en Psicoanálisis. (Cinco conferencias pronunciadas en la Clark University, Estados Unidos) se pudo concluir de que, al principio, Freud sí entendía el “trauma” al igual que Charcot por la influencia que había tenido en él la Salpêtrière (Hospital de París). Finalmente, se indagó acerca de la continuación de Freud respecto a los trabajos de Charcot y su concepción del trauma a partir de ello. Tomando a autores de la bibliografía secundaria (Hacking y Leys) se descubrió que Freud continuó los trabajos de su maestro estudiando las histerias comunes no traumáticas, pero estableciendo entre ellas y las histerias traumáticas de Charcot diferencias y analogías. Ambas histerias se diferenciaban en lo siguiente: la histeria de Charcot tenía una causa orgánica y había sido producto de una acción mecánica, a diferencia de la histeria de Freud que tenía una etiología psicológica y que había sido producida por la relación entre dos sucesos traumáticos. En cuanto a la concepción del trauma en Freud, él finalmente abandona la concepción orgánica de la histeria, que sostenía Charcot, e introduce como factor desencadenante de la histeria, experiencias traumáticas tempranas de seducción o abuso sexual, que al ser recordadas por la conciencia desencadenan una histeria.
A modo de cierre, se propone abrir nuevos interrogantes para la profundización de la temática del presente informe. Algunas preguntas sugeridas podrían ser: ¿A quién le atribuye Charcot la histeria traumática: al hombre o a la mujer? Cuándo Freud teoriza la histeria no traumática: ¿Es una enfermedad de la mujer o involucra a ambos géneros?
Para resolver estos interrogantes, un primer paso podría ser consultar el programa de Seminario de Marcela Borinsky Los orígenes de la psicoterapia: la histeria entre la neurología y las curas milagrosas en www.elseminario.com.ar (5) para obtener material bibliográfico.
Bibliografía primaria
Charcot, J-M. (1887-1888). Parálisis histérico-traumática masculina. En Conti, N. y Stagnaro, J.C. (2007) Historia de la ansiedad. Textos escogidos. Buenos Aires: Editorial Polemos.
Freud, S. (1910) Psicoanálisis.(Cinco conferencias pronunciadas en la Clark University, Estados Unidos). En Obras completas. Vol. II. Madrid: Biblioteca Nueva, 1973.
Freud, S. (1896) La etiología de la histeria, O.C., III, 191-197, Amorrortu Editores (A.E.), Bs. As., 1976.
Freud, S (1893) Charcot, O.C., III, 9-24, Amorrortu Editores (A.E.), Bs.As., 1976.
Freud, S. (1893) Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos, O.C., III, 29-40, Amorrortu Editores (A.E.), Bs.As., 1976.
Bibliografía secundaria
Gauchet, M. y Swain, G. (2000) El verdadero Charcot. Buenos Aires: Nueva Visión.
Hacking, I. (1995). El trauma. [Fuente: Hacking, I. (1995). Rewriting the Soul. Multiple Personality and the Sciences of Memory. Princeton, New Jersey: Princeton University Press Cap. VIII: “Trauma. The Sciences of Memory” (pp. 183-197)]. Trad. de Agustín Kripper. Rev. de Alejandro Dagfal. Cát. I de Historia de la Psicología. Buenos Aires: Facultad de Psicología, UBA. En www.elseminario.com.ar
Lapanche, J. & Pontalis, J.B. (1996). Diccionario de psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.
Leys, R. (2000) Curas del trauma y curas traumáticas: las neurosis de guerra, Janet y la cuestión de la memoria. [Fuente: Leys, R. (2000) Trauma: A Genealogy, Chicago: Chicago University Press. Cap. III: “Traumatic Cures: Shell Shock, Janet and the Question of Memory”. (pp. 83- 117)].Trad.: M. G. Laurencena, N. Piñeiro, L. Vitelleschi, C. Modric, G. Anzoátegui. Instituto de Enseñanza
Superior en Lenguas Vivas “Juan Ramón Fernández”. Residencia de Traducción. Años 2009 y 2011. En www.elseminario.com.ar
[1] Lapanche y Pontalis definen el término psicoanálisis de la siguiente manera:
“Disciplina fundada por Freud y en la que, con él, es posible distinguir tres niveles: a) Un método de investigación [...]b) Un método psicoterápico […]c) Un conjunto de teorías psicológicas y psicopatológicas [...]” (Laplanche & Pontalis, 1996: 316).
[2] Como se cita en Hacking (1995 citado en Fischer-Hemberg,1975,p.79)
[3] Freud, S (1893) Charcot, O.C., III, 9-10 , Amorrortu Editores (A.E.), Bs.As., 1976.
[4] Freud, S (1893) Charcot, O.C., III, Amorrortu Editores (A.E.), Bs.As., 1976.
[5] Entrar en sección UBA y luego en PROGRAMAS
Última actualización el Miércoles 19 de Octubre de 2016 14:38