Incidencia del acto creativo

 Por David Warjach

En la actualidad el nivel de determinación es extremo y es difícil hallar un espacio para lo espontáneo, no es extraño que se extiendan las compulsiones y las adicciones a sustancias.

 Desde hace algunos años se reitera por los medios masivos de difusión un eslogan con evidente intención preventiva: “Jugar compulsivamente es perjudicial para la salud”. Incluso en muchos territorios de nuestro país posee obligatoriedad de ley colocar esa leyenda en los sitios públicos en que se ofrecen juegos de azar.

Si uno se detiene unos minutos a reflexionar sobre el contenido de esa frase, se le imponen algunos interrogantes: ¿Cuáles serían esos perjuicios?, ¿a qué criterio de salud se estaría haciendo referencia? Más allá de una primera impresión, aquella sentencia se revela con cierta opacidad.

Con seguridad, nos resultaría más transparente si la formulación fuese: “Consumir drogas compulsivamente es perjudicial para la salud”. Incluso habría quienes preferirían quitar la adjetivación que señala el carácter compulsivo del consumo, y dejar simplemente “Consumir drogas es perjudicial para la salud”. Esto último produce sensibles desacuerdos.

De más está decir que la frase elegida para prevenir los males del juego compulsivo pasaría a carecer de sentido, y se tornaría absurda al punto de ni siquiera generar discusiones, si se la modificara de manera que expresase: “Jugar es perjudicial para la salud”. Con lo cual, en el caso de la denominada “ludopatía” queda planteada con más claridad la cuestión que anida en el corazón de las adicciones: el tipo de relación existente entre salud y compulsión. Es en este último elemento en el que reside el carácter definitorio de las adicciones, y la cuestión a interrogar, más allá de cualquier daño que el objeto enlazado por la compulsión pudiera generar por sí mismo.

La expresión “uso problemático de drogas”, que logró carta de ciudadanía en nuestro medio a partir de su inclusión en la nueva Ley de Salud Mental (Ley 26.657), generó encendidas reacciones. Una de las de mayor difusión, fue la protagonizada por el presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, Mons. Jorge Eduardo Lozano, quien cuestionó lo connotado por aquella expresión, por dar lugar al reconocimiento de un consumo de drogas “no problemático”.

Efectivamente esa interpretación –si se le quita el aspecto valorativo– no parece ser errada. El documento “Prevención del consumo problemático de drogas desde el lugar del adulto en la comunidad educativa”, producido por el Ministerio de Educación Nacional, lo deja en claro en su introducción. En ésta, explicita que no todo consumo de drogas es problemático ya que “no se trata únicamente de las sustancias consumidas, sino del vínculo que los individuos establecen con ellas…”

El debate no se ha desarrollado significativamente. Lo que de todos modos queda evidenciado, es que ambas posiciones contemplan la existencia de un daño producido por el consumo de drogas, independiente del lazo compulsivo. Los ejemplos de usos problemáticas de drogas ajenos a la adicción dados por el documento del Ministerio de Educación, son contundentes y se hallan referidos a situaciones en las que se produce un daño o se potencia la posibilidad de que se produzca. La experimentación con sustancias de alto nivel de riesgo para la salud, sin información y sin precauciones, o conducir un vehículo en estado de ebriedad, son algunos de los ejemplos. 

De nuevo nos hallamos ante dos formulaciones transparentes: se trata de los daños que podría producir un accidente automovilístico, o de aquellos eventualmente ocasionados por la sustancia que se introduce en el organismo. En ambos casos hay una alteración del estado de salud, entendida como ausencia de enfermedad. ¿Será entonces que al existir una adicción a sustancias, la compulsividad del consumo tornaría mucho más probable que este tipo de daños a la salud se produjeran? Y si fuese así: ¿Cuáles serían los daños a la salud esperables para quienes juegan compulsivamente?

No es necesario esperarlos, ni en un caso, ni en el otro. Si es difícil designarlos para el juego compulsivo, es porque quizás no los haya, al menos no necesariamente. En ambos casos (adicción al juego y a las sustancias), la cuestión está en la compulsión misma. Esta circunstancia muchas veces queda velada en la adicción a sustancias por los daños concomitantes que se producen. Pero también velada, por estar muy a la vista. Por ser la compulsión prácticamente una marca de nuestra época.

Desde hace tiempo –al menos desde que en el año 1946 la Organización Mundial de la Salud lo dejó expresado en su Constitución– la salud no ha sido considerada meramente como la ausencia de enfermedad. Esta definición ha implicado la necesidad de determinar lo constitutivo de la salud. Algo que no fuese sólo la contraposición con la enfermedad.

Durante la segunda mitad del siglo pasado, el psicoanalista inglés Donald Winnicott dedicó gran parte de su trabajo a este tema. Entendió que la salud, más allá de la ausencia de enfermedad, debía estar definida por aquello mismo que fuese lo más propiamente humano. Su punto de partida fue la noción de creatividad, tomada de una manera muy específica, definida exclusivamente como un proceso, un devenir, original y espontáneo. Original, en tanto sólo encuentra su origen en sí mismo, y espontáneo, en tanto no existe elemento que lo anteceda que determine su curso y naturaleza.

Siguiendo esta concepción, podría haber ausencia de enfermedad, pero si el ser humano no se confronta con el acto creativo, no se podría hablar con propiedad de estado de salud. La aparente simpleza del planteo es engañosa. Para darle todo su alcance y las consecuencias que posee, es necesario sacar a luz la oposición implicada entre acto creativo y determinación.

En una cultura como la nuestra, en la cual la universalidad de la determinación ha sido llevada hasta límites insospechados, no es fácil hallar un espacio para lo espontáneo. En una época en la que aún no estaba tan severamente acentuada esta característica, pero en la que ya el discurso de la ciencia había introducido el carácter necesario de la determinación hasta en los mínimos espacios cotidianos, Winnicott se vio llevado a definir un espacio constituido por una lógica peculiar para dar cuenta del surgimiento del acto creador. Esta lógica debía colapsar por su misma naturaleza toda pretensión de sistema regido por las determinaciones. Winnicott la encontró en la articulación paradojal. Así, la paradoja se transformó en el elemento constituyente del espacio del que se esperaría toda posibilidad de movimiento creativo. El carácter indecidible de toda verdadera paradoja, al colapsar el orden de determinaciones, da lugar a la espontaneidad y originalidad de la creatividad.

Winnicott se percató ya en su época, de que las coordenadas fundamentales de la cultura no acompañaban adecuadamente a los requerimientos de producción del acto creativo. La subsistencia del espacio subjetivo en el que éste se hacía posible, quedaba amenazada no sólo por situaciones extremas y excepcionales, sino también por una cierta cotidianeidad, una reintroducción de la determinación allí donde debía sostenerse la paradoja.

Winnicott concluyó que una de las consecuencias visibles de la anulación del espacio en el que debía fundarse el acto creativo, era la adicción a las drogas. Ésta fue pensada por él como una de las formas en las que ese espacio dejaba de ser expresión de una dimensión signada por el vaciamiento producido por la paradoja, para solidificarse un objeto. Lo que era apertura y colapso de las determinaciones, volvía a quedar sellado por las mismas.

De esta manera, quedaba establecida conceptualmente una relación solidaria entre el empuje de la compulsión y lo insoslayable de la impronta de las determinaciones. La adicción, esa formación clínica que se presentaba como una incuestionable “enfermedad”, revelaba en su elemento definitorio (la compulsión), un aspecto tan corriente y cotidiano en las coordenadas culturales como lo es la universalidad de la determinación. En contrapunto, la adicción hacía evidente esa característica de la salud que no se hallaba amenazada simplemente por la enfermedad, sino que para su despliegue, debía encontrar condiciones cada vez más exiguas en nuestra cultura.

Dichas condiciones son las del juego. Y por tal motivo Winnicott afirma que es en éste, en donde tanto el niño como el adulto se hallan en libertad para ser creadores. Y siguiendo a Roger Caillois en su libro “Los Juegos y los Hombres”, encontramos que es la corrupción de una de las categorías de juego (los juegos de vértigo), lo que da lugar a la adicción a las drogas y al alcoholismo. La corrupción implica la pérdida de lo característico del juego. La compulsión es inherente a dicho trastocamiento. Así lo expresa Caillois: “el juego se debe definir como una actividad libre y voluntaria, como fuente de alegría y diversión. Un juego en que se estuviera obligado a participar dejaría al punto de ser un juego: se constituiría en coerción, en una carga…”[i].

Durante mucho tiempo existió una corriente de pensamiento hegemónica según la cual el problema de la adicción residía en la sustancia u objeto que la producía. Fue una importante modificación el reconocimiento de que el problema no se hallaba en el objeto, sino en el tipo de vínculo que con él establecía el sujeto. Esto permitió que los tratamientos se dirigieran centralmente a interrogar al sujeto, y no tanto a realizar acciones sobre los objetos. Este es un terreno ganado por la clínica, que no debería cederse. Sin embargo, no estaría de más preguntarse los motivos por los cuales ciertos objetos parecerían más propensos que otros a quedar ligados a la compulsividad de los sujetos.

Desde hace aproximadamente 20 o 30 años se ha comenzado a expandir un tipo de adicción inédita, aquella referida al uso de la máquina cibernética, y en particular, a cierta categoría de “juegos” que requieren de la misma. En general, se trata de juegos en los que el jugador debe seguir puntualmente los pasos que la máquina le indica; son sumamente reglados, al punto de poder afirmar que el juego es indistinto a la regla. Cuanto más se adapta el jugador a los movimientos de la computadora, mejor es su rendimiento en el juego. El nivel de determinación es extremo, no hay lugar para que el jugador tome distancia alguna, por mínima que sea, de lo programado. Si lo hace, falla.

El establecimiento de sistemas de determinación es uno de los elementos centrales de la programación de las computadoras. Para ser absolutos, deben excluir el surgimiento de articulaciones paradojales. Es una afirmación generalmente aceptada en los debates sobre la denominada “inteligencia artificial” que la existencia misma de cualquier máquina cibernética depende de la exclusión de una formulación paradojal. Una de las maneras de expresarlo es la siguiente: “…para cada máquina hay una verdad cuya veracidad no puede demostrar…”[ii]

Una vez más, y en esta ocasión en forma probada, encontramos la relación entre determinación y compulsión. Al mismo tiempo, en los mencionados “juegos” se hace evidente la exclusión del mínimo atisbo de creatividad, concomitantemente con la supresión de lo indecidible que introduciría la articulación paradojal.

Si nos detenemos a considerar la hegemonía que posee en nuestros días todo aquello factible de ser computarizado, conjuntamente con el afán de protocolización de todo tipo de procedimiento, puede concluirse que se trata de una marca de la época. No es extraño, entonces, que se extiendan las compulsiones y, con éstas, las adicciones a sustancias.

Se nos presentan orientaciones sumamente fructíferas para nuestra actividad cotidiana. Por un lado, una concepción de juego que brinda para la clínica un potencial sumamente significativo, siempre y cuando no se opte por el remanido recurso de incluir las producciones del juego en las vías determinativas de la interpretación. De hacerlo, quedaría suprimido lo que allí se vehiculiza en tanto piedra fundamental de la disolución de la adicción: lo indecidible y el acto creativo.

Por otro lado, permite un punto de vista en el que la promoción de la creatividad confluye con la de la salud, en un encuentro en el que el producto de la creación tiene un lugar secundario respecto del de las condiciones de su producción y del movimiento que lo generó.

 

Warjach_imagen_chicaDavid Warjach. Licenciado en Psicología (UBA) y Magister en drogadependencia (USAL), docente de la Cátedra I de "Psicoanálisis: Escuela Inglesa" de la Facultad de Psicología de la UBA. Coordinador del CPA de Morón, dependiente de la Subsecretaría de Atención a las Adicciones del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires.




[i] Caillois, Roger. Los Juegos y Los Hombres. Editorial: Fondo de Cultura Económica, México, D. F., 1994. Pg. 31

[ii] Lucas, J. R. “Mentes, máquinas y Gödel” En Controversia Sobre Mentes y Máquinas, Edit. Tusquets, España, 1985, Pg. 81