Una teoría psicosocial del poder

 

Introducción

Desde el ángulo psicosocial, el estudio del autoritarismo es casi contemporáneo a los orígenes de la Psicología Política como disciplina (que se suele situar hacia 1930, más allá de autores que se adelantaron notoriamente). De hecho, los regímenes autoritarios (e incluso con aspiraciones totalitarias) crecieron en Europa durante las décadas de 1920 y 1930, y su popularidad forzó a encarar el problema psicosocial subyacente. Entre los trabajos pioneros se destaca “La personalidad autoritaria”, de Theodor Adorno, escrita junto a su grupo de Berkeley (1950). El trabajo de Adorno abrió una amplio campo a estudios escalares, entre los cuales aún hoy los investigadores utilizan escalas como SDO (Social Dominance Orientation) y RWA (Right-Wing Authoritarianism). Sin embargo, trataremos en esta nota sobre una teoría psicosocial del poder que no se apoyó, al momento de su formulación, en este tipo de estudios escalares. Se trata de la teoría formulada, hacia 2006, por Narciso Benbenaste, por entonces titular de Psicología Política de la Facultad de Psicología de la UBA. Tomando conceptos clave de Lev Vygotski y elementos del psiconanálisis, y reformulando la noción de Poder de Weber, Benbenaste concibió un modelo vincular del poder que podría dar cuenta del autoritarismo desde un nuevo punto de vista. La prematura desaparición de Benbenaste, en el año 2010, dejó a su teoría (como ocurre muchas veces en estos casos) con menos adeptos de los que acaso habría merecido. En este trabajo se intenta rescatar su aporte, que fuera utilizado exitosamente en el análisis empírico de un caso histórico, presentado como Tesis de Doctorado en el mismo año de su fallecimiento (Guralnik, 2010).

El presente trabajo se propone sintetizar esta nueva teoría, y mostrar sus variables, que permiten un nuevo enfoque para el estudio psicosocial del autoritarismo político.


Psicología Política y Personalidad Autoritaria

Como ocurre en casi todas las disciplinas, la paternidad de la Psicología Política ha sido discutida. Según Dorna, su fundador es Gustave Le Bon (Dorna,1993:11). También para Sabucedo y Rodríguez, uno de los precursores es Le Bon, con su obra “La psicología política y la defensa social”, de 1912 (Sabucedo y Rodríguez,2000:7). Pero, como ellos mismos admiten, Davies afirma, en el clásico manual de Psicología Política de Knutson (1973), que el padre intelectual de la Psicología Política es Harold Lasswell (Sabucedo y Rodríguez, 2000:8). En cualquier caso, “El nombre de Lasswell está asociado ya… al origen de esta disciplina… si bien Deutsch señala explícitamente que se trata del padre fundador norteamericano” (Sabucedo/Rodríguez,2000:11).

Tras las dictaduras fascistas de la década de 1930, la consolidación del estalinismo y la Segunda Guerra Mundial, el estudio de los atributos del autoritarismo se vuelve perentorio. Es entonces (1950) cuando aparece una obra central en el estudio de la aceptación psicosocial del autoritarismo. “La personalidad autoritaria” (Adorno et.al.,1965) abre el camino a estudios escalares, que aún continúan vigentes, como lo muestra la difusión de las escalas SDO y RWA (Jiménez Burillo et.al.,2006). Y cuenta con algo que otras obras no siempre poseen: una explicación psicosocial del autoritarismo político basada en una teoría psicológica (en el caso de Adorno, el psicoanálisis).


El poder como atributo y el poder como vínculo

En los estudios sobre la personalidad autoritaria parece persistir el concepto weberiano del poder como atributo. Más allá de establecer mediciones en las distintas escalas, el poder parece seguir siendo “la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera sea el fundamento de esa probabilidad” (Weber,1979:43). Desde una línea distinta, Foucault instala el concepto de un poder que circula, en una estructura reticular que remite a los vínculos sociales. La microfísica del poder foucaultiana sugiere “…no analizar las formas reguladas y legítimas del poder a partir de su centro…, captar en cambio el poder en sus extremidades, en sus terminaciones, ahí donde se hace capilar” (Foucault,1996:30).

Esta idea circulatoria del poder lleva, de algún modo, a pensar las relaciones de poder en términos de estructura vincular, y no de mero atributo. En este sentido, se vuelve indispensable tomar en cuenta la Teoría Psicosocial del Poder que Narciso Benbenaste formula en “Psicología de la Sociedad de Mercado” (Benbenaste, 2006) y consolida en “Psicología de los Regímenes Políticos” (Benbenaste, 2009). Es esta teoría la que sintetizaremos, mostrando sus principales fundamentos e identificando las variables que, llegado el caso, permitirían estudios empíricos sobre poblaciones específicas.


Psiquismo, mediaciones simbólicas y génesis del Poder

Ante todo, Benbenaste sostiene que el psiquismo “se constituye en una matriz de relaciones intersubjetivas”. Por lo tanto, el sentido de la existencia del sujeto es la forma en que se experimenta como ser intersubjetivo: “es la calidad de las mediaciones intersubjetivas en la vida pública el meollo de la calidad de vida de una sociedad”. Se impone aquí, antes de ingresar de lleno en la concepción teórica de Benbenaste, recordar que la idea expresada en el párrafo anterior se encuentra ya, de algún modo, en Vygotski, quien “amplió brillantemente este concepto de mediación en la interacción hombre-ambiente al uso de los signos así como de los utensilios… Vygotski estaba convencido de que la internalización de los sistemas de signos culturalmente elaborados acarreaba transformaciones conductuales y creaba un vínculo entre las formas tempranas y tardías del desarrollo del individuo” (Cole/Scribner,2006:26).

Como es sabido, el significante “poder” tiene, en nuestra lengua, una doble acepción: sustantiva y verbal. Benbenaste adopta, por convención, la mayúscula cuando se hace referencia al uso sustantivo, y la minúscula en el uso verbal. Así, hablará del “vínculo Poder” y, en casos particulares, de la relación entre Poder y poder.

La definición de Poder de Benbenaste resignifica la noción weberiana: “A diferencia de Max Weber y la forma tradicional de concebirlo, nosotros consideramos que el Poder es un tipo de vínculo; un vínculo entre quien porta la representación de un ‘polo (o función) estructurante’ y quien lo hace en el ‘polo (función) estructurado’. Ambas representaciones son suplementarias” (Benbenaste,2001:86). Es la articulación de este par con el resto de las variables de la Teoría lo que permite “resignificar desde el conocimiento psicológico –en relación al uso sociológico y de la psicología social habitual la categoría Poder” (Benbenaste, 2003:78). Y cuanto más determinante es el Poder en una sociedad, sea desde lo formal o desde lo informal, “más pobres son las mediaciones simbólicas entre los sujetos en la vida pública”.

Estrictamente hablando, “la génesis del Poder no se halla en un determinado momento histórico; es entonces, epistemológicamente considerada, una categoría que tiene status antropológico”. Para explicar esta génesis, la teoría busca establecer lo que ha permanecido común en el desarrollo humano. Esta “invariante” se encuentra en la situación de indefensión que presenta el ser humano en las primeras etapas desde su nacimiento: “el neonato carece de la capacidad para simbolizar sus necesidades o pulsiones y, menos aún, para operar sobre la realidad externa”. Esta carencia determinará una estructura, caracterizada por un vínculo en el que el adulto ocupa una posición de “estructurante”, y el niño o niña una posición de “estructurable”.


Las tres propiedades del vínculo Poder

Profundizando en la génesis del Poder, Benbenaste identifica tres propiedades: a) inmediatismo, dado por “la ineficiencia del recién nacido para simbolizar sus necesidades o impulsos y, por ende, cualquier otro atributo del mundo”, situación que lleva a que, desde la posición estructurante, la madre (o sustituto) se torne representante del mundo simbólico, ayudando a que el recién nacido, a través de su desarrollo ontogenético, vaya madurando como “sujeto capaz de simbolizar sus pulsiones y necesidades”; b) asimetría, pues el neonato (o infante) ocupa el lugar estructurable, y el adulto el estructurante, pero no a la inversa; y c) dualismo, ya que “desde la posición del bebé, el otro, literalmente, lo es todo”, y por ende la ausencia del estructurante desencadena en él angustia, en tanto su presencia lo hace calmar (en otras palabras, la ausencia de estructurante “desestructura” al estructurable).

Pasada la etapa de indefensión, la estructura vincular que se estableció en aquel período inicial con el adulto se transforma “en arquetipo de lo que, en el ámbito político-social, llamamos Poder”. En otras palabras, “en todos los seres humanos hay un grado u otro de disposición a ubicarse en el vínculo Poder, sea más en la posición de estructurante o bien de estructurable”. De todos modos, si bien esta disposición a ubicarse en el vínculo Poder es generalizada, “la importancia que adquiera el Poder como modelo vincular para cada individuo dependerá, por un lado, de cuánto perduren en su subjetividad las características infantiles, regresivas, y por otro, de la insuficiencia del desarrollo y la calidad institucional de la sociedad en que le toque vivir”.

Desde la posición estructurable, el sentido del Poder es “evitar la angustia que produce el hallarse desestructurado”. Desde la posición estructurante, en cambio, “el sentido primordial del vínculo Poder se realiza a través de la operación psíquica que el Psicoanálisis llama renegación”. En este caso, el sujeto “desconoce la angustia de su limitación como ser deseante –por ende mortal“, pues coloca inconscientemente a quien ocupa la posición de lo estructurable como “prolongación vital de su anhelo”. Así, el sujeto estructurante “suspende, en la fantasía, su apercepción de finitud, esto es de ser mortal”. Al hablar de sentido primordial –esto es, antropológico desde la posición de estructurante, queda claro que hay sentidos históricos del Poder, que se sobreimprimen al primordial. Entre estos otros sentidos considerados de vigencia histórica– se destacan dos: el Goce por lo que el otro no tiene y el Goce por emanciparse del trabajo a través del trabajo del otro


Autoridad y autoritarismo

Llegamos, aquí, a uno de los nudos de la Teoría: la diferencia, entre el Poder como vínculo autoridad, o bien como vínculo autoritario. Lo que diferenciará a uno de otro es “el grado de mediaciones simbólicas con que se realiza”. Es decir, las características de “la producción simbólica puesta en juego en el vínculo”. Así, a diferencia de lo que postula Weber, para Benbenaste “el vínculo de autoridad no depende centralmente de la legitimidad o legitimación sino de la participación de mediaciones simbólicas entre quienes ocupan la posición de estructurante y la de estructurable respectivamente”. En el vínculo autoridad, “quien ocupa la posición de estructurante lo hace confirmando o ampliando su experiencia de ser responsable… mientras que quien ocupa la posición de estructurable lo hace mejorando su aptitud para la tarea, además de la vivencia, de ambos, de formarse en el respeto”, lo que permite a los sujetos crecer en sus posibilidades simbólicas. En el vínculo autoritario, por el contrario, “el Poder se instaura con escasas mediaciones simbólicas respecto a las posibilidades del momento histórico y de la capacidad de los actores implicados”. Se trata de casos en los que el vínculo “desconoce o degrada las posibilidades conceptuales o de información, normas, leyes o reglas históricamente construidas sin, en cambio, sustituirlas o proponer otras que redunden en una mejora para las posibilidades simbolizantes entre los sujetos”.

Como se indicó más arriba, la génesis del Poder se encuentra en la indefensión que marca a todos los seres humanos en su nacimiento. En el vínculo autoridad, la “marca de indefensión” tiende a conjugarse con otro aspecto universal de la condición humana: la potencialidad para simbolizar. En el vínculo autoritario, en cambio, la aptitud para simbolizar se encuentra disminuida, a veces hasta el extremo. En este caso, el empobrecimiento de las mediaciones simbólicas intersubjetivas tiende a exacerbar en el sujeto la “marca de la indefensión”. Esto ocurre tanto para quien ocupa el lugar de estructurable como para quien está en el lugar de estructurante. Se produce, por lo tanto, un crecimiento desmedido de los rasgos propios de la indefensión: inmediatismo, asimetría y dualismo. Desde ambos polos del vínculo el inmediatismo lleva a un aumento, fuera de toda proporción, de “necesidades o impulsos que reclaman perentoriedad”. No se trata sólo –ni principalmente- de necesidades básicas, sino de necesidades que se juegan en el plano de lo simbólico (cuyo empobrecimiento impide, justamente, la mediatización). De igual modo aumentan la asimetría (dependencia mutua, no intercambiable de estructurable y estructurante) y el dualismo (angustia del estructurable si no hay quien ocupe la posición de estructurante, acciones extremas de quien ocupa la posición de estructurante a fin de vincularse con el estructurable).


El cruce de las variables

La combinación del doble par estructurante/estructuable y autoridad/autoritarismo permite deducir que el vínculo autoritarista no sólo es patrimonio del estructurante, sino que también lo puede ejercer “quien se halla en la posición de estructurable”. Si lo expuesto más arriba ayuda a elucidar la estructura de la Teoría, esta última frase brinda la pista inicial para comprender su dinámica. En efecto, abre el camino para confirmar que, tal como sostiene Foucault, el Poder circula. Y si el Poder circula, hay sujetos que ocupan, alternativamente, la posición de estructurante y la de estructurable. Esto dio lugar al desarrollo de la función variable (Guralnik, 2010), que confirma el carácter circulatorio del vínculo Poder. Esta condición, implícita en la Teoría, permite imbricarla con las categorías que hacen a la microfísica del Poder. Así, el vínculo Poder, tal como lo entiende Benbenaste, es vertebrante para “...no considerar el poder como un fenómeno de dominación –compacto y homogéneo- de un individuo sobre otros, de un grupo sobre otros y de una clase sobre otras. Al contrario, tener bien presente que el poder… debe ser analizado, como algo que circula y funciona…. a través de una organización reticular… el poder no se aplica a los individuos, sino que transita a través de los individuos” (Foucault,1996:31-32). Ya en 2001 Benbenaste había instalado esta articulación entre su concepción del Poder y el carácter circulatorio de la microfísica foucaultiana, al aclarar, explícitamente, que lo que llamaba polo (estructurante, estructurable) podía entenderse también como función. Y, en tanto tal, hemos determinado que responde a once variables, agrupadas en cuatro categorías centrales, tal como se desprende de lo desarrollado en los apartados anteriores. El cruce de estas variables con la tríada estructurante/variable/estructurable puede dar lugar a interesantes resultados, como se ha mostrado ya en el caso específico de la Alemania Nazi durante el período 1933-1939 (Guralnik, 2010). Quien se interese por la forma en que el vínculo poder opera en la Teoría de Benbenaste puede encontrar allí el análisis a fondo de ese caso histórico, sobre la base del estudio heurístico que toda la documentación disponible a esa fecha permitió desarrollar. Y puede verificar, como se hiciera en ese caso, cómo la teoría utilizada permite dar cuenta del vínculo autoritario en el régimen nazi, tanto desde el estructurante máximo (Hitler) como desde los sujetos pertenecientes a la función variable (la jerarquía nazi, la SA, los líderes locales del Partido) y de los sujetos pertenecientes a la función estructurable (la población alemana en general). En este último caso, fue de particular interés la separación entre el núcleo duro de nazis fervientes (como estructurables, es decir, sujetos que no poseían poder político alguno en especial), el grupo (ciertamente mayor) de sujetos que paulatinamente adhirieron al nazismo, y el no siempre tomado en cuenta sector de quienes plantearon distintos tipos de resistencia, no sólo activa (Widerstand), sino también -y en la mayor parte de los casos- pasiva (Resistenz), pero no por ello menos importante en el estudio del vínculo autoritario del que fue, acaso, el régimen más siniestro de la historia moderna en el mundo occidental.

 

Referencias bibliográficas

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