El dispositivo de análisis virtual: de lo previsible e inevitable a lo pertinente y específico

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“Lo virtual posee una realidad plena, en tanto que virtual”

Gilles Deleuze, Diferencia y Repetición

 

“Siempre hay una sensibilidad conectiva en un cuerpo conjuntivo,

así como siempre existe una sensibilidad conjuntiva en un

cuerpo humano formateado en condiciones conectivas”

Franco “Bifo” Berardi, Fenomenología del fin

 

La Pandemia Covid-19 y más específicamente, la cuarentena y el aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO) dispuesto por los gobiernos, propiciaron un escenario donde la relación a lo virtual se vio reforzada y generalizada: “se impuso”. Claro está que desde otro ángulo que el de la oferta y penetración tecnológica -proceso en el cual ya veníamos inmersos y que permanece actuante- ya que la singularidad de este giro a la virtualidad fue la de operar como “morada”, tanto para lo vincular (afectivo) como para un trabajo analítico posible con los pacientes en medio del descoloque y la incertidumbre generalizada.

            Tomaremos estos dos escenarios entramados, para interrogar aspectos de nuestra práctica y plantear especificidades en pos de poder instituir un dispositivo de análisis posible y pertinente -más acá y más allá de la contingencia: el dispositivo de análisis o psicoanálisis virtual (DAV).

 

Tecnologías y virtualidad

 

La condición tecnológico-digital es insoslayable al momento de verificar los modos en que se nos propone y habitamos la experiencia hoy. Consecuentemente, la virtualidad, la conectividad, los vínculos socio-técnicos (redes sociales), las mediaciones algorítmicas (Inteligencia Artificial y Big Data), las biotecnologías, etc. nos interpelan promoviendo nuevas condiciones y efectos en la producción de subjetividad, en los estilos vinculares, en la narrativa de la identidad, en la experiencia de la corporalidad, la temporalidad y la espacialidad, entre muchas otras problemáticas.

En este escenario de transformación constante, penetrante y acelerada, vemos afectadas de modos inéditos distintas dimensiones de nuestra vida; alcanzando esto también a nuestra praxis teórico-clínico-profesional, tanto extendiendo “posibles” como generando exigencias de reconfiguración de la teoría, de los métodos, etc.

En este marco y en relación a nuestro quehacer, situamos como un analizador privilegiado el DAV. Entendiéndolo como aquella praxis específica que se despliega mediada por un artefacto tecnológico, una aplicación y/o interfaz digital y un servicio de conectividad.

Al respecto, una cuestión relevante es la captación acerca de cuál venía siendo nuestro margen decisional en la implementación del mismo. ¿Se nos fue configurando como imposición, conminación -diría Levinas, que nos urgió a aceptarlo y tornarlo conveniente sin más? En muchos casos detectamos que dicho dispositivo efectivamente se venía imponiendo sin haberse podido pensar consistentemente sus implicaciones (bienvenidas, interesantes, cuestionables, inquietantes, inaugurales, disruptivas, etc) y su viabilidad.

Parafraseando a Sibilia (2012) nos podemos preguntar: ¿cuándo y cómo constatamos que el consultorio ya no tenía paredes?[1]

¿Se trata estratégicamente de configurar (nuevos) bordes como condición de posibilidad de la (o esa) experiencia analítica?

 

La escena virtual con la pandemia

 

Con resabios de modernidad solíamos adscribir al “no se puede pensar sobre la ola, hay que esperar que baje”, hoy pareciera no haber modo de pensar sino sobre la ola.

A esta “tecnologización expansiva de las existencias” (Sadin, 2017), proceso brevemente descripto en el apartado anterior y que ya tenía efectos diversos en nuestra praxis, la pandemia y la cuarentena le dieron un envión decisivo (paradójicamente previsible e inanticipable a la vez). El giro a lo virtual -reforzando aquí su carácter acontecimental- nos propuso nuevos modos de hacer experiencia, de habitar tiempos y espacios, de vincularnos con otros y con nosotros mismos, de configurar sensibilidades, etc. Y en el campo profesional, específicamente, nos instó a “recoger el guante”, a autorizarnos y poder pensar y teorizar acerca de las nuevas condiciones para un psicoanálisis posible.

Para quienes abrevamos en la perspectiva vincular en psicoanálisis y sostenemos que la misma significó un primer “desencuadre” (vacilación de un tipo de encuadre y de la idea misma de encuadre) respecto de la propuesta ortodoxo-tradicional del mismo, ampliando horizontes y enriqueciendo su praxis teórico-clínica; promoviendo nuevos dispositivos (como el “individual” revisado, el de pareja, familia y grupos y la simultaneidad y variación en los mismos) entre otras reformulaciones y aportes, no debería extrañarnos la posibilidad de que el psicoanalista vincular se habilite al DAV. Ya que, acaso se trate de otro “desencuadre” que invita a la configuración creativa de un nuevo registro y dispositivo, sustentado en la misma plasticidad y consistencia que supo aportar -y aporta aún- la perspectiva vincular.

 

Especificidades

 

Tomando dicho desafío y como punto de partida, proponemos algunos conceptos que entendemos de valor operacional para el DAV.

El primero remite a la noción de presencialidad como aquella que da cuenta de las formas experienciales (senso-perceptivas, semióticas, afectivas, gestuales, técnicas, etc.) de habitar, de constituirse en el registro de la escena virtual; intentando superar así la dicotomía presencia-ausencia, que resulta improcedente y limitada para dar cuenta de la experiencia en dicho registro. En otras palabras, la fluidez y los pliegues de lo virtual habilitan nuevas formas de decirse y/o asumirse presente o ausente que no son ni lo uno ni lo otro estrictamente, porque ya no son esas las categorías decisivas.

El caso paradigmático es el mero hecho de estar online, conectado, disponible, que implica una presunción de presencia y ausencia a la vez; a esa figura, hasta ahora inaprensible y paradójica, la denominamos presencialidad o siendo más estrictos, nuevas presencialidades (si sumamos el chat, los audios, la video-llamada, etc. aún con sus diferencias, componen y comparten esa figura).

El otro concepto es el de interficie, con él intentamos dar cuenta del campo acontecimental e inmanente de lo actual y lo actuante en la escena del encuentro virtual.

La escena virtual se configura situacionalmente como una interficie; la misma es efecto y posibilidad de un juego de interacciones humanas, artefactuales y digitales (mediaciones semio-técnicas, trama de corporalidades y presencialidades a la vez). En otras palabras, la interficie es su locus. En nuestros términos podemos arriesgar que se configura como un “entre”, un nuevo pliegue acontecimental y performativo del mismo (acaso también un nuevo registro de alteridad). 

En la interficie, la temporalidad puede ser sincrónica o asincrónica; la espacialidad compuesta (online-offline) y multisituada; y se propicia una nueva proxémica (relaciones y percepciones de proximidad, de distancia, etc). Se configura entonces una temporalidad-espacialidad que des(re)localiza las categorías de tiempo-espacio clásicamente planteadas (y hoy dislocadas) así como complejiza las categorías de presencia y ausencia. Supone además flujos, ritmos e interferencias específicas.

Todo esto demanda una profunda reformulación del concepto de “cuerpo” hacia el de una “experiencia de la corporalidad” extensiva y multidimensional. Con alguna reserva, pero en esta línea, podemos citar a Lévy cuando sugiere que “mi cuerpo personal es la actualización temporal de un enorme hipercuerpo híbrido, social y tecnobiológico” (Lévy, 1999, p. 24).

Pensamos la “experiencia de la corporalidad” como un territorio de pulsiones, potencias, conjunciones, conexiones, atravesamientos, vibraciones y capacidades de afectación. Como un devenir actuante y vinculante que no podrá sino transformarse y configurarse, alojando, resistiendo y atravesando los cambios y mutaciones -tecno-epocales por caso- ya que no será sin ellos, ni por fuera de ellos. En otras palabras, la “experiencia de la corporalidad” irá dando cuenta de nuevos estilos de experiencia (Del Cioppo, 2019).

Es por todo ello que, cuando a menudo escuchamos decir que en el análisis virtual “no está el cuerpo” planteamos que no hay manera de que el cuerpo no esté presente; en todo caso habrá que discernir cuál es la forma de su “estar-hacer” o de qué “cuerpo” se habla cuando se lo da por ausente (siempre hay “experiencia de la corporalidad”). Reconocemos que hay dimensiones que pueden no estar “presentes” ¿pero pueden a la vez o paradójicamente estar en juego? Proponemos como analizador el hecho de que aun cuando la objeción pase por los sentidos actuantes (visión y audición en el DAV) y los que no, ya Merleau-Ponty (1969) planteaba al respecto, que la sensopercepción es una operación de cuerpo entero, a la vez entendida como una experiencia de representación donde cada sentido percibe en nombre propio y en nombre de lo que el resto de los sentidos podría hacer en ese encuentro. La sensopercepción es un encuentro. Dicho de otro modo, si bien quedan privilegiados ciertos sentidos, en representación y por delegación, estos actúan y actualizan las otras formas de encuentro posibles a nivel sensoperceptivo.[2] Por caso -y tensando un poco más la cuestión- ¿de qué hablamos cuando decimos “escucha” en psicoanálisis? ¿Del sentido de la audición, de oír? Claramente, no. Hablamos de una experiencia compleja de disponibilidad y sensibilidad, de apertura y encuentro, de un clima en el que siempre hay afectación y compromiso corporal: escuchamos con todo el cuerpo (y la voz y la palabra no son sin él). Si damos un paso más, no podemos sino resaltar aquí la importancia que cobran las pulsiones escópica e invocante y el campo que cubren en el DAV.

Entonces, consecuentemente diremos que lo anteriormente señalado es por demás importante porque supone un punto de partida diferencial con respecto al dispositivo y propuesta de análisis virtual, a saber: desde el déficit (ausencia de) o desde la especificidad. Si elegimos este último, aun reconociendo sus diferencias -que las hay- pierde sentido la comparación -sobre todo jerárquica- entre el dispositivo de presencia inmediata y el DAV; y se potencia la elaboración de una clínica con bordes y registros novedosos, dado que al DAV no sustituye, sino que instituye: no se trata de reemplazar lo irreemplazable, sino de instituir una práctica que comparte territorio, pero tiene geografías distintas.

 

Perspectivas

 

Lucas y María, promediando el tercer mes de tratamiento de pareja en dispositivo virtual, se sientan frente a la cámara y no parecen estar preocupados -como otras veces- por quedar bien “encuadrados” por esta, están ocupados en sostener una distancia afectiva entre ellos y esto es lo que prima. “Nos peleamos, mal” -dicen. Están dolidos, enojados, distanciados y con miedo. Desde la perspectiva del analista se perciben en el centro los efectos de la pelea: el espacio afectivo elocuente que los separa y hacia los márgenes de la imagen/pantalla a ellos, la mitad de cada uno de ellos, la otra mitad está fuera del cuadro, se “desencuadra”.

El analista resuelve avanzar sin hacer lugar a una posible reacción -acaso particular del DAV- que hubiera sido el reflejo de invitarlos a “encuadrarse” para “verlos bien”. Ese tipo de acción forma parte habitualmente del preámbulo de comienzo de sesión, en el cual se realizan chequeos y ajustes con los pacientes para configurar aspectos de la interficie: “¿me ven bien?”, “¿Nos ves y nos escuchas?”; “Me cambio de lugar porque no te veo bien con el reflejo”; “¿Ya estamos entonces?”, etc.

En la sesión de la que es objeto la viñeta, por el clima afectivo reinante, detectamos que no había disponibilidad para ese preámbulo y que sólo si se produjera alguna interrupción o problema con la conexión, hubiera sido pertinente.

Más allá de los avatares clínicos no analizados aquí[3] y los matices opinables respecto del recorte y su lectura, remarcamos algunas cuestiones. Desde la singularidad del “caso por caso” siempre vigente, la particularidad del DAV y nuestro caso plantean una interficie acontecimental con “bordes” que exigen pensar otros pliegues del adentro-afuera, de lo próximo-distante, etc. Complejizando: ¿lo que se “desencuadra” queda afuera? ¿De qué? ¿No conviene estratégicamente preguntarse de qué modo se muestra? ¿Acaso cuál es su presencialidad? ¿Entonces estamos diciendo que la interficie del DAV lo abarca todo? No, estamos proponiendo un “no-todo” inédito que no se deja capturar sin nuevas categorías de registro. Lo mismo con el concepto de cuerpo, las corporalidades distantes, dolidas, miedosas -también furiosas- como experiencias ostensibles tenían centralidad en la interficie para el analista (y en el analista); más allá de la no presencia inmediata y de la fracción de los “cuerpos” fuera o dentro del cuadro. Si descentramos como paradigma de afectación la figura clásicamente definida como “cuerpo a cuerpo” ¿asistiremos a formas inéditas de expresión de la corporalidad sensible? ¿Cuáles serán sus activaciones privilegiadas en contextos de hibridación con sistemas digitales?

Queda claro que son muchas las cuestiones que se abren y nos interpelan, creemos que ante todo se trata de un problema de “perspectiva”; es decir, desde dónde o cómo nos posicionamos para leer y registrar los fenómenos y las prácticas novedosas. ¿Nos posicionamos críticamente, incuestionadamente, resistencialmente, creativamente? ¿Cómo nos disponemos a estos nuevos pliegues de alteridad? ¿Cómo nos proponemos analistas?

 

-¿Desconectamos acá…?

 

 

Bibliografía

 

-Berardi, F. (2016): Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva, Buenos

Aires, Caja Negra, 2017.

-Del Cioppo, G. (2011) “Una aproximación al vínculo (de pareja) desde las experiencias del tiempo y del espacio”, en Revista de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo, Volumen XXXIV - N°1 - 2011, pp. 117-132. ISSN N°1851-7854.

-Del Cioppo, G. (2019) "Cuerpos en el tiempo o la experiencia de la corporalidad”, en Revista de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo, Volumen XLII - 2019, pp. 89-101. ISSN N°1851-7854.

-Deleuze, G. (1968) Diferencia y Repetición, Buenos Aires, Amorrortu, 2018.

-Lévy, P. (1995) ¿Qué es lo virtual?, Barcelona: Paidós, 1999.

-Merleau-Ponty, M. (1969) Fenomenología de la percepción, Buenos Aires, Planeta-Agostini, 1993.

-Sadin, E. (2017) La humanidad aumentada: la administración digital del mundo, Buenos Aires: Caja Negra.

-Sibilia, P. (2012) ¿Redes o paredes?, Buenos Aires: Tinta Fresca.



[1]Si bien en el presente texto privilegiamos como interficie la videollamada (usualmente referida como “atención por Skype”), no debemos soslayar la dimensión de las interacciones con los analizantes a través de otras plataformas como Whatsapp -o similares: ese mundo de textualidades significativas y exigencia de disponibilidad (sin paredes ni horarios). E incluso, sus formas de participación en la sesión misma (lectura de mensajes, escucha de audios y muestra de videos donde el otro no aparece únicamente por la vía representacional del relato sino que adquiere presencialidades diversas).

[2]Acaso esto explique en parte, el cansancio diferencial que sentimos al cabo de una jornada de atención de pacientes en el DAV.

 

[3]Por ejemplo, bien podríamos dar una discusión acerca de la pertinencia del dispositivo frente al potencial despliegue de violencia entre ellos; y aquí nos referimos tanto al de pareja como al DAV.

 

Revista Electrónica de la Facultad de Psicología - UBA | 2011 Todos los derechos reservados
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